Contra el muro
La “muy noble, muy leal, muy hospitalaria, muy benéfica y siempre denodada” Málaga –así reza el lema de la ciudad– es la localidad de más población que gobierna el PP en España. Si los populares han perdido la mitad de las 35 capitales de provincia que ostentaban es porque han sido víctimas de la fragmentación política, pero también de su incapacidad para analizar la realidad, dialogar y llegar a acuerdos con el resto de los partidos y con la sociedad misma. No tras conocer los resultados de las urnas del 24 de mayo, sino como práctica habitual a la hora de ejercer las máximas cotas de poder que el partido alcanzó en el 2011.
Sin réditos electorales por la recuperación económica y aferrado al discurso de miedo, el PP ha descubierto con estupefacción cómo parte de sus votantes ha aceptado de grado su derecho a convertir las elecciones en la manida sentencia de David Lloyd George: una venganza de votos como puñales de papel. El PP lo ha perdido todo y más en Madrid, Valencia y Baleares, la mitad en Andalucía y Galicia, y ha sido literalmente expulsado del mapa municipal de Catalunya. El único alcalde que resiste del PP catalán no deja de ser un exotismo. Del gobierno de Luis Fernando Caldentey en Pontons –500 habitantes– sólo se recordará una frase del 2005: “Los gais son personas taradas”.
La irrelevancia municipal del PP en Catalunya es la respuesta ciudadana a la política de mano de hierro sin guante de seda aplicada por el Gobierno de Mariano Rajoy hacia la Generalitat. La prueba de que la relación entre dos ejecutivos no puede limitarse a querellas criminales, lanzarse conflictos competenciales por la cabeza en un Tribunal Constitucional de composición de parte y salpimentar al gusto el enfrentamiento con fondos de liquidez autonómica como única alternativa política. Las demandas del Gobierno catalán y las movilizaciones ciudadanas se replican en los tribunales incluso antes de convertirse en un proyecto independentista, desde que el PP es gobierno y cuando era oposición. Pero el conflicto judicial se extiende más allá del debate soberanista y evidencia pura voluntad recentralizadora.
No sólo de proceso soberanista viven las administraciones y, tras pasar por las urnas, se comprueba que tampoco las estrategias políticas. Si hasta ahora la lógica electoral desarrollada por los gurús del PP dictaba que el enfrentamiento con el Gobierno de Artur Mas le concedía votos extras en el resto del Estado, el resultado de las municipales y las autonómicas demostró que, más allá de las urnas catalanas, esa estrategia es intrascendente para el cómputo global. La pregunta es si un partido casi ausente en un territorio que supone el 16% de la población y el 19% del PIB del Estado está en condiciones de gobernar para todos. Y donde no está la respuesta es en el muro que se alza con cada recurso judicial.
La irrelevancia local del PP en Catalunya es la respuesta a su mano de hierro con el proceso