El primer funcionario
Su reinado se resume en una frase: “Una monarquía renovada para un tiempo nuevo”. Con esa divisa empezó Felipe de Borbón y Grecia su vida como Rey y esos principios han marcado el tiempo transcurrido desde el pasado 19 de junio. En sólo un año, Felipe VI ha conseguido dejar atrás un periodo en el que la monarquía española estuvo al borde del precipicio y, además, ha logrado algo que quizá no estaba previsto, acompasarse a unos tiempos de regeneración política.
La primera y más peliaguda de las cuestiones que tuvo que abordar el rey Felipe tras su proclamación fue la de ofrecer una nueva imagen de la monarquía sin romper la cadena que le unía a la pretérita. Los últimos años de don Juan Carlos en el trono no sólo habían desgastado su imagen, sino la de la propia Corona. El príncipe Felipe había salvaguardado su figura estableciendo una trinchera entre él y las cuestiones que iban desgastando la institución, principalmente el caso Nóos, que afectaba a su hermana Cristina y a su cuñado Iñaki Urdangarin, y contaminaba a la Corona. La decisión del pasado jueves de despojar a la infanta Cristina del título de duquesa de Palma, no hace más que ratificar el compromiso del Rey de mantener la institución libre de toda sospecha, llevando a la práctica su mensaje de renovación moral.
En los meses que antecedieron al anuncio de abdicación del rey Juan Carlos, no fueron pocas las personas que se acercaron a don Felipe para instarle a acelerar un proceso que dependía única y exclusivamente de la voluntad de su padre. Nunca quiso oír nada al respecto, pero tomó nota de todas las cuestiones que debía cambiar cuando llegara el caso.
La monarquía, que durante décadas había sobrevivido en la opacidad, debía dar un giro de 180 grados y garantizar la total transparencia, para lo que era imprescindible infundirla del principio de ejemplaridad. Con esos dos principios, concretados en una serie de medidas puestas en marcha a las pocas semanas de su proclamación, don Felipe ha marcado las distancias con el anterior reinado. Las cuentas de la Zarzuela se han hecho públicas, y se han impuesto una serie de normas para que los miembros de la familia real no puedan tener un trabajo ni tratos económicos con empresas públicas o privadas.
Estas han sido las medidas más vistosas, pero ha habido otras que definen con mayor claridad el modo en el que Felipe VI quiere ejercer de Rey. A diferencia de don Juan Carlos, el rey Felipe no tiene iniciativa: es decir, no actúa sin tener el visto bueno del Gobierno. Si, por ejemplo, un grupo de empresarios le pide su intervención en alguna negociación, primero se consulta con la secretaria de Estado de Comercio. A don Felipe no le pillarán en un renuncio, es tan escrupuloso y prudente que, en los primeros meses de su reinado, su actitud fue confundida por algunos con un distanciamiento.
En efecto, don Felipe puso distancias con casi todo lo que había marcado el reinado de su padre. Todo lo que en don Juan Carlos era intuición y buena suerte, en su hijo es preparación y dedicación. Desde el presidente del Gobierno, con el que despacha todas las semanas, hasta los ministros y los representantes institucionales, todos coinciden en la serenidad y disciplina con las que el rey Felipe afronta su trabajo. Se considera un funcionario más al servicio del Estado y en estos meses ha ido restando solemnidad y protocolo a su figura. De alguna manera, don Felipe tiende a la profesionalización del titular de la Corona y, más que un rey al uso, ejerce de jefe del Estado con el valor añadido de que sus funciones son de carácter vitalicio.
La decisión de revocar el título de duquesa a su hermana es parte de su compromiso En todas sus palabras, el Rey ofrece un mensaje de renovación moral