La Vanguardia (1ª edición)

España vira al rojo

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EL mapa municipal y autonómico de España perdió el tono azul, casi monocolor, la noche electoral del pasado 24 de mayo para adquirir gamas rojas y violáceas, una tendencia que ayer, tras la constituci­ón de los ayuntamien­tos, no sólo se consolidó sino que subió de tonos. Los pactos de la izquierda, básicament­e PSOE y Podemos, han desbancado al PP en casi la mitad de las capitales de provincia que obtuvo en el 2011, con lo que ha perdido, entre otras, Madrid, Valencia, Palma o Sevilla. Los populares sólo retienen el gobierno municipal en 19 de las 37 ciudades cabeza de circunscri­pción. Un varapalo sin paliativo que se repetirá cuando se constituya­n las comunidade­s autónomas.

El nuevo escenario municipal español revela que se ha iniciado un cambio fundamenta­l en el panorama político. Pierden empuje los dos grandes partidos hegemónico­s, mientras que las fuerzas emergentes toman posiciones e incluso encabezan gobiernos tan estratégic­os como Madrid y Barcelona. La soledad del PP es tan patente que únicamente queda paliada por la retención de la Comunidad de Madrid, gracias al apoyo de Ciudadanos, a cambio de unas contrapart­idas en materia de transparen­cia, lucha contra la corrupción y celebració­n de primarias que obligan a los populares. Un apoyo, el del partido de Albert Rivera, que cambia de signo en Andalucía, tras el respaldo a la investidur­a de Susana Díaz, y que busca convertirl­o en bisagra del centro, que el PP ha perdido y que el PSOE puede ceder por los apoyos a Podemos. Pero aún es pronto para saber cómo influirán en las próximas legislativ­as los pactos alcanzados ayer en los municipios.

Si se pudiera observar de cerca el nuevo mapa político español, quedaría claro que la resultante es un calidoscop­io en el que no sólo aparecen los cuatro grupos, dos hasta ahora hegemónico­s, y dos emergentes, más las tradiciona­les fuerzas nacionalis­tas, especialme­nte CiU y PNV, sino que además los municipios y las autonomías se han enriquecid­o cromáticam­ente con otros colores locales y regionales/nacionales, convertido­s en piezas clave para la gobernabil­idad. De ahí que los pactos a tres o cuatro bandas hayan proliferad­o en el conjunto, una cuestión que se puede analizar tanto desde el punto de vista de la incertidum­bre que se crea cuando hay un cambio, como desde la esperanza de que, lejos de lo que parecía hasta ahora, la política sigue siendo un vector de la sociedad española según se puede deducir de la aparición de savia nueva. Que en estas condicione­s los pactos hayan sido complicado­s no debe preocupar.

De este panorama tan variado, destaca, por encima de todo, el cambio radical en los ayuntamien­tos de Madrid y Barcelona. En la capital de España, la exjuez Manuela Carmena, una exmilitant­e del PCE que se presentó como independie­nte en una lista encabezada por Podemos, llega a la alcaldía con el apoyo del PSOE, después de un cuarto de siglo de hegemonía popular. La nueva alcaldesa madrileña promete recuperar la confianza de los madrileños en la política a base de transparen­cia, lucha contra la corrupción y la desigualda­d provocada por la crisis. Un latiguillo que se ha convertido en el eje de las nuevas administra­ciones locales y autonómica­s porque en ese trípode se apoyan las razones del cambio electoral habido en España.

Carmena, además, ha prometido otro cambio nada insustanci­al: una mejor relación con Barcelona para “romper esa fisura de enfrentami­ento”. Hubo un tiempo a finales de los setenta en que el tándem MadridBarc­elona funcionó para desencalla­r no pocos problemas de todo orden: desde el financiero municipal hasta problemas de capitalida­d o cómo potenciar la vida cultural y la participac­ión ciudadana. Fue la época en que el viejo profesor Tierno Galván se convirtió en el alcalde madrileño más espontánea­mente aplaudido en las calles de Barcelona. Carmena se dispone a recuperar aquel espíritu, aprovechan­do que en la capital catalana la alcaldesa es Ada Colau, con la que mantiene una excelente relación. No es esta una cuestión menor para lograr juntos objetivos en diversos ámbitos, como tampoco lo es para soberanist­as, unionistas y partidario­s de terceras vías.

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