Los que nunca roncan
Si yo fuera poeta, dedicaría un poema a los ronquidos, sonido de la selva con mala prensa y grandes detractoras (ellas, por definición, no roncan). Hablaría del león viril de la MGM y los tigres de Bengala o de las virtudes del sueño, tan ponderadas y sin embargo no exentas de inconvenientes.
¡Ya es lástima que la vida sea un sueño y la banda sonora de los sueños sean los ronquidos! –Yo no ronco. Si los sin pareja mentimos no es por capricho o mala fe. Ya nos gustaría tener una media naranja que fuera narrando nuestra vida: has roncado, fumas mucho y tienes tos, no comes fruta, anoche bebiste más de la cuenta, si tienes barriga es porque quieres...
¿Cómo va a saber un señor que vive solo si ronca o no? Tiene, naturalmente, que fiarse de quienes de tanto en tanto comparten su cama y se han formado una opinión con conocimiento de causa. No es tan sencillo: ¿acaso debería yo, en aras de la superación personal, tender un cuestionario de satisfacción, como hacen algunos hoteles, y pedir a las amantes que puntuaran,
¿Cómo va a saber si ronca un sin pareja? Para los casados, en cambio, el tema no va con ellos, va con sus mujeres
por ejemplo: habilidades manuales, actitud poscoito, limpieza corporal, lenguaje sexual apropiado o estado de conservación de los abdominales (o del cuarto de baño)? –Por cierto, has roncado. Esto deslizó, para mi sorpresa y con toda naturalidad, la última mujer con la que compartí desayuno. Primero, pensé que era una broma. Como si la domadora de delfines le escondiera el pez de premio al animalito en plena pirueta antes de darle dos al salto siguiente, no tanto para vacilarle como para arrancar la ovación del público. Y no. Jane le estaba leyendo el manual de instrucciones a Tarzán y Tarzán se quedó un poco mustio. ¿Había sido engañado el rey de la selva por sus parejas anteriores, que le decían que no roncaba? ¿Fue, simplemente, una mala noche? ¿Hipotecaría futuras pernoctaciones?
–Grábate una noche por webcam y sales de dudas.
Esa fue la sugerencia recibida en un afterwork en las alturas del hotel Pullman por una mujer que se compadeció de mi estado de shock. Yo me reía de los afterworks –tan de estos tiempos de postureo sentimental–, pero he decidido dar un giro a mi vida tras saber que alguna noche ronco. Ahora busco la verdad existencial.
–También puedes casarte y así lo averiguas.
Los consejos para no roncar son, a veces, peores que los ronquidos. Mis amigos casados no sufren mucho con los ronquidos, lo que demuestra, una vez más, su superioridad moral. Es como si les hablaras del lenguaje de los marcianos, las tribus del bajo Amazonas o la física cuántica. Los ronquidos no van con mis amigos casados, van con sus esposas, a las que quieren mucho.
¡Quién fuera gato, porque a sus ronquidos les llaman ronroneos!