Regreso a Nunca Jamás
Las crisis no afectan especialmente a mi generación, porque lo hacen habitualmente. Algunas nunca tendrán lugar, como esa que tanto está tocando a nuestros padres en su jubilación. Otras ya pasaron: a los treinta años, con sueldos y amores precarios, nos inquietaba la idea de seguir llevando una vida más propia de los veinte, pero con la crisis de los cuarenta.
Hablo de los solteros, claro. Hablo de la falta de estabilidad en todos los ámbitos incluido el emocional, y de empezar de cero cada dos por tres. Hablo de alquileres que duraban lo mismo que nuestras parejas, y sólo un poco más que nuestros eternos contratos en prácticas, a los que sustituyó el alta de autónomos. “Cuando vivo solo, sólo leo fechas de caducidad”, dice una canción de Sr. Chinarro. Los muebles de Ikea eran una metáfora: te los montas tú mismo, cojean y aguantan lo que aguanta una relación. Pero estás tan orgulloso de haberlos construido (estás tan contento de haber sido capaz de construir algo), que poco importa que sean clones de otros miles de muebles que se reparten entre los hogares occidentales.
Tras un momento de conciencia en el que parecía que sentaríamos la cabeza, el aburrimiento nos ha vencido y optamos por la regresión. Las chicas que hace diez años salíamos con hombres diez años mayores (o más) ahora tendemos a salir con chicos que tienen
Quien quiera tener cuarenta años de verdad y la crisis que le corresponde, que se case
la edad que teníamos entonces (o menos). Entre amigas les llamamos “pipiolos”, “tiernos”, “niñatos” o “babies”. Cuando sales con un hombre mayor, te crees muy lista por estar a su nivel intelectual. Pero no nos engañemos: en realidad sólo le interesan tu cuerpo y tu energía, tu felicidad ajena al irremediable cinismo que llega luego. Y al salir con un chico más joven que tú, estás segura en un cuerpo imperfecto que empieza a cambiar justo cuando te acostumbrabas a él –tarde, como en lo demás–. En realidad, a él sólo le interesa tu intelecto, del que cree estar a la altura. “Deberías mencionar el tema del vigor sexual que tienen”, añade una amiga que no quiere hacer declaraciones. Pasado un tiempo, el pipiolo vigoroso saldrá con una chica más joven que él. Así se perpetúa el ciclo de los singles.
La regresión no significa estar de vuelta de todo, al contrario. Es volver a la alegría con la que nos tomábamos las cosas. Berlín se ha convertido en la capital de los viejóvenes, con los peligros que eso conlleva, los mismos con los que ya tonteamos hace media vida. Si no hay más futuro que el presente, ¿por qué no instalarnos en la época anterior al nihilismo y la amargura? ¿Por qué no jugar a la ingenuidad y divertirnos como niños en un verano infinito? Los cuarenta no son los nuevos treinta, sino los nuevos veinte. Quien quiera tener cuarenta años de verdad y la crisis que le corresponde, que se case. Los demás seguiremos como siempre. Siempre como siempre. De regreso a Nunca Jamás.