Girando la tortilla
Un grupo de amigos nos reímos repasando viejas grabaciones de Aplauso, un histórico programa musical de TVE de principios de los ochenta donde veíamos a los grupos y solistas del momento, de Mecano a Raffaella Carrà, de Duran Duran a Los Pecos. Recordamos las exageradas hombreras, la bisutería tamaño gigante, el pelo cardado y otros horrores.
De golpe, nos llama la atención la coreografía durante una de las actuaciones. Los bailarines, por parejas, rodean al solista. Una de las chicas se le acerca insinuante y su compañero le da un buen empujón tipo “tira pa’lante, que aquí no se te ha perdido nada”. Otra hace lo mismo y el bailarín que la acompaña la coge de forma brusca por la larga cola de caballo y se la lleva arrastrando. Es una grabación de 1982 que no sorprendió entonces y que hoy nos choca por el mensaje violentamente machista que transmite.
España se encuentra en estos momentos sometida a un interesante proceso de pactos y acuerdos electorales, muy inédito, que está poniendo a prueba la madurez democrática del país. Aún es una democracia muy tierna. Se nota en las declaraciones cruzadas de mercadeo, de hipocresía o, incluso, de venta de votos que se hacen candidatos y partidos. Se trata de aprender a vivir en pluralidad.
Las mujeres están llamadas a ocupar espacios de poder muy destacados después de las últimas elecciones
Pero hay una cosa que la sociedad española sí ha sabido hacer con una velocidad que sorprende y mucho fuera del país: la revolución sexual. Más allá de las estupideces sectarias del jefe de informativos de RNE intentando evitar que la muerte del socialista Pedro Zerolo abriera los boletines informativos, todo el mundo ha sido unánime en reconocer su activismo en pro de los derechos del colectivo homosexual. De hecho, el mundo aún está sorprendido por la aprobación de la ley del matrimonio homosexual que, a pesar de pirotecnias verbales, el PP ni ha soñado en eliminar.
Queda mucho por hacer, evidentemente. Y la sangría de las muertes por violencia de género nos recuerda el fondo profundamente machista de la sociedad española. Pero hay brotes verdes. Uno: ver estos días a la ya presidenta de la Junta de Andalucía, una embarazadísima Susana Díaz, hablar de pactos y acuerdos sin que nadie sueñe en echarle en cara su estado. Más: dos viejas damas de trayectorias radicalmente distintas pero muy reconocidas como Esperanza Aguirre y Manuela Carmena se disputan el ayuntamiento de la capital española sin que a nadie le parezca extraño que dos mujeres pasados los sesenta opten al gobierno de Madrid. Cristina Cifuentes, Mònica Oltra, Ada Colau... son sólo algunas de las mujeres llamadas a ocupar espacios de poder muy destacados después de las últimas elecciones.
¿Nos lo hubiéramos imaginado así aquel lejano 1982 cuando, cargados de hombreras y dorados, vivíamos en una sociedad profundamente machista, clasista y sexualmente represiva? Ni en sueños. Y aún menos ver a una persona gravemente discapacitada como el eurodiputado y candidato a la presidencia de Aragón por Podemos, Pablo Echenique, estar en la primera línea de la batalla política por no hablar de sus éxitos académicos y profesionales.
Yo, que acostumbro a ser crítica y me quejo de las carencias del sistema democrático y de todo lo que queda por hacer para borrar los restos mentales que el franquismo dejó, hoy he vuelto del túnel del tiempo cargada de un moderado optimismo. A ver si me dura.