El mar de la isla Desesperación
La historia de la víctima de un tsunami como el que relata la obra cumbre de Daniel Defoe
La obra cumbre de Daniel Defoe, uno de los títulos señeros del siglo XVIII, relata las penalidades de un náufrago en un rincón del Pacífico que bautiza como “isla de la Desesperación”. Esa isla existe y forma parte del archipiélago chileno Juan Fernández, escasamente poblado y a más de 670 kilómetros de la costa de América. Hoy se llama isla Robinson Crusoe, en homenaje al náufrago más famoso de la literatura. Allí falleció, en el tsunami del 27 de febrero del 2010, un turista catalán.
Para los familiares de Miquel Marín, Miki, que tenía 29 años, la isla sigue siendo Desesperación. Así están, desesperados por un kafkiano problema burocrático. Un juez chileno declaró al joven fallecido. La sentencia fue autentificada con la firma del cónsul español en Valparaíso, pero su rúbrica está pendiente de validación ante el Ministerio de Asuntos Exteriores. Jordi Ponsà, el abogado de la familia, que ha presentado una demanda, confía en una solución inminente. Pero por increíble que parezca, a pesar de los años transcurridos, de los testigos que vieron cómo se lo tragaba el océano y de la infructuosa búsqueda del cuerpo por mar y aire, para España el joven no está muerto, sino desaparecido. Esta es la crónica de su desaparición.
Miki era un deportista consu- mado, corredor de medios maratones. Licenciado en Periodismo, se cansó de trabajar gratis como becario y no lo dudó cuando le ofrecieron un puesto de responsabilidad en la cadena Decathlon. Vivía para sus seres queridos. Encontró en Àlex Puig, el padre de su novia, más a un amigo que a un suegro. Este maestro jardinero le contagió su pasión por la botánica. Juntos viajaron por Europa, África y América. Y juntos fueron, con otras ocho personas, a estudiar la flora de la isla donde Daniel Defoe ambientó su novela. Y allí... El maremoto, las olas.
Un año después de la tragedia,
España aún considera ‘desaparecido’ a un catalán muerto en el 2010 en el archipiélago de ‘Robinson Crusoe’
el padre de Miki, Miquel Marín Treviño, un vecino de Alella, de 62 años, voló por primera vez. De Barcelona a Madrid, y de allí, a Santiago de Chile. Luego, en coche hasta Valparaíso y casi 18 horas de navegación en la fragata Aquiles hasta las costas de Robinson Crusoe, adonde lo trasladó un helicóptero. De aquel viaje guarda como tesoros una piedra y un trozo de coral. Eso y una herida abierta, la tumba de su hijo.
Los primeros días no paró de llorar, pero se repuso e incluso ayudó a colocar en el puerto del Francés una obra para homenajear a las 16 victimas mortales del tsunami, una escultura del artista y académico chileno de origen catalán José Balcells. El monumento, frente al Pacífico, está a unos metros de donde estuvieron las cinco tiendas de campaña de los expedicionarios. “Dime qué pasó”, rogó Miquel Marín Treviño a Àlex Puig, que viajó con él. En las paredes de su casa de Alella, Miquel y su mujer, Mari Carmen, tienen fotos de sus dos hijos. De Miki y de su hermana, Débora, que acaba de ser mamá. Edu, que ahora tiene ocho meses, les ha alegrado como sólo un bebé podía hacerlo. “Dime qué pasó?”.
El mar se rompió. Mil truenos juntos. Miki intentaba abrir la cremallera de la tienda, que daba vueltas bajo el agua. El compañero con el que dormía se vio liberado de repente, no sabe cómo. La ola arrastró a su amigo cien metros tierra adentro y lo encajonó entre dos rocas. Tenía un golpe en la frente y ya no respiraba, como comprobó Àlex Puig, que trataba de reanimarlo cuando otra ola succionó el cuerpo y lo arrastró de vuelta al océano. Fue el único fallecido de la expedición. Una chica también desapareció, pero fue hallada cuatro horas después, agarrada a un tronco, en alta mar. A él nunca más lo vieron. El protagonista de Robinson Crusoe pudo “mirar al cielo y dar las gracias por llegar a tierra firme”. Miki, no. Él desapareció.