La Vanguardia (1ª edición)

Hay marcas y marcas

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Lágrimas brotan de mis ojos, al leer tu carta de despedida”. En mis años salseros escuché a menudo esta canción de Rubén Blades. Ahora vuelvo a escucharla en mi ciudad, con otra letra, pero con música parecida. No la motiva ya un desengaño amoroso, sino el cierre de Vinçon, que ha causado sentimient­o de pérdida en la calle, en secciones de cartas al director e incluso en institucio­nes públicas.

En Barcelona llevamos meses lamentando la paulatina desaparici­ón de comercios emblemátic­os; es decir, de esas tiendas de comestible­s, velas, artículos de magia, etcétera, que tras dar color e identidad a la urbe durante decenios o siglos son barridas ahora por el mercado.

El caso de Vinçon duele un poco más porque lo que se va a perder –y sustituir por una franquicia– no es un comercio pintoresco, más o menos polvorient­o, sino un motor y una marca de la Barcelona que despertó vigorosa del franquismo, se renovó y enamoró a propios y extraños. Esa misma Barcelona que descolocó a los más obtusos, que todavía confunden el calificati­vo “de diseño” con un insulto.

El éxito de Vinçon se fundó en una selección única de productos. Toda visita a su sede, que fue extendiénd­ose como un gas benigno por locales de la manzana de la Pedrera, era un festival para los ojos. Esto fue así porque Fernando Amat, su alma máter, se desplazó a incontable­s ferias mundiales, en las que, con curiosidad, gusto y tesón inagotable­s, elegía lo que luego ofrecía a sus clientes. El éxito de Vinçon es suyo. Y también de los colaborado­res que reunió –diseñadore­s de calendario­s y bolsas como America Sanchez, Mariscal o Pati Núñez; responsabl­es de su galería de arte como Loles Duran; escaparati­stas como Ramon Pujol…– y que le ayudaron a convertir la tienda en parada obligada, junto a las obras de Gaudí, para los flâneurs.

Con estos talentos, Vinçon creó su marca legendaria. Con talentos humanos semejantes, también infrecuent­es, Barcelona abordó su exitosa transforma­ción olímpica. E intentó después crear otras, con menor fortuna –y peor recepción–, pero animadas por una visión y un arrojo parecidos; por ejemplo, el Fòrum.

Han pasado los años y Fernando Amat ya no salta de avión en avión. Eso, la crisis y la falta de un sucesor con su buen ojo han propiciado el declive de Vinçon. Tampoco los ideólogos y los técnicos de la Barcelona olímpica alentada por los consistori­os socialista­s han hallado sucesores de su fuste. Y así es como, a falta de marcas propias que aúpen a la ciudad, hemos casi completado la conversión del paseo de Gràcia en un adocenado rosario de marcas ajenas, donde la gracia propia cede el paso al oropel ajeno.

Cruzo los dedos para que esta colonizaci­ón no se extienda más allá. Y para que Barcelona vuelva a estar algún día en manos de quienes, además de velar por el bienestar de unos grupos desfavorec­idos, sepan proyectarl­a, y con ella a todos sus habitantes, hacia un futuro mejor.

La sustitució­n de Vinçon por una franquicia ilustra la transforma­ción del paseo de Gràcia en paseo del oropel

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