“Cada actor hizo lo que quiso”
J oaquí n Ori s t r e l l , c i neas t a , e s t r e na ‘ Habl a r ’
El planteamiento causaba prevención: un plano secuencia a través de la noche de Lavapiés para retratar la España actual. Sin embargo, Hablar causó una agradable sorpresa en el festival de Málaga: la ausencia de solemnidad, la mezcla de retrato social y comedia costumbrista, y un final que opta por reivindicar la ficción como bálsamo crean un conjunto hábil y simpático que no sufre fatigas. Joaquín Oristrell, antiguo vecino de Madrid, regresa a la ciudad para una de sus propuestas más originales y sagaces.
Ahora reside en Barcelona, pero se vino a Madrid para rodar esta película. ¿Lavapiés siempre estuvo en el germen del proyecto?
Me vine a Madrid porque el proyecto lo gestamos en la escuela de Cristina Rota, con la que yo había trabajado en dos ocasiones, Los abajo firmantes y Sin vergüenza. Hace como cuatro años nos reunimos un grupo de gente en la sala Mirador con la idea de hacer un trabajo basado en que el actor crea el personaje. De esa semana que estuvimos trabajando salieron una serie de monólogos a los que llamamos Hablar, porque la excusa era un programa nocturno de radio de los que la gente cuenta su historia. Surgieron algunos muy interesantes y pensamos en hacer algo, no sabíamos si una obra de teatro o algo audiovisual. Pero, claro, eran muchos actores y como tienen mucho trabajo, por suerte para ellos, no sabía- mos cómo cuadrar agendas. Un año antes de hacerlo, yo, en una comida en la que debí de beber más de la cuenta, dije: “Esto, como no lo hagamos en un plano secuencia…”. Y ahí está el origen del mal. Eso se propagó por medio de la escuela y empezó a apuntarse gente. Así que cogí un GoogleMaps de Madrid y pensé en cómo distribuir eso para que no fuera un plano fijo y tuviera sentido.
Una de las virtudes del filme es la heterogeneidad.
Claro, porque al margen del plano secuencia, que es de lo que más se habla, hay otra característica muy interesante: se dijo a los actores que íbamos a hacer una foto de España 2014, en este barrio. “¿Qué quieres contar?”. Con cada uno comenzamos a urdir historias a partir de lo que querían contar. Lo que se cuenta en la película yo lo cuento, pero sobre todo lo cuentan ellos. Fuera de casos muy especiales, como la madre y el chico que consume porno o el monólogo de Melanie Olviares, o lo de Raúl Arévalo y Álex García, que ellos improvisaron pero les ofrecí los personajes, en todos los demás el personaje es suyo. La mayoría son propuestas suyas, de los hermanos Botto, Sergio Peris Mencheta, Antonio de la Torre, Marta Etura... Cada uno echó al saco lo que quiso.
La formulación a priori hace temer un cine de tesis, pero una de las primeras pistas de que la propuesta es más un artefacto que un retrato, es ese juego con la cámara, que tan pronto es una cámara de televisión como un testigo invisible.
Es un juego, la cámara es testigo o protagonista. Jugábamos al riesgo en general porque no teníamos la certeza de que eso se con- virtiera en película, de que fuera a parar a una pantalla, de que lo viera la gente. Eso se advirtió a todo el mundo. Que era un ejercicio para ponerse en esa tensión y hacer algo que probablemente no hagamos nunca más en nuestra vida. Era como ir de campamento, gente que viene en un momento muy alto de su carrera, comiendo todos en el suelo, ensayando… Y sin dinero. De la parte artística no cobró nadie, la técnica, sí. Eso te daba una libertad increíble. Pero efectivamente el problema era darse mucha importancia y hacer una cosa coñazo y reivindicativa.
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