La Vanguardia (1ª edición)

Nostalgia de Can Costa

El local que nació como un chiringuit­o y se convirtió en un clásico por el que pasaron muchos famosos no pierde la magia del barrio El álbum de una familia marinera

- CRISTINA JOLONCH Barcelona

En la terraza de Cal Pinxo, antigua Casa Costa, Uge Ribera ríe al recordar viejas anécdotas de la familia. Historias de los tiempos en que “Barcelona vivía de espaldas al mar, pero no nosotros, los vecinos de la Barcelonet­a”. Se ríe al reconocers­e como la niña con salero que siempre estaba lista para recitar un verso o echarse a cantar. Y en Can Costa, la casa que fundó su bisabuelo y que nació como un chiringuit­o en el que empezaron sirviendo sardinas en escabeche y mejillones a la marinera, ocasiones no faltaban. Siempre oyó contar que de muy chiquitina deleitó a José Luis López Vázquez recitando La terra de Xauxa, o que el día en que los visitaron Juan Carlos y Sofía y la entonces princesa la tomó en brazos. O eso decía en la familia, pero “se equivocan, porque yo tengo el vago recuerdo de que fue él quien me subió al cuello porque le hice gracia”.

Mira al mar y cuenta que el local que abrió el bisabuelo, Josep Costa, a quien todos llamaban Pinxo, “porque iba muy tieso y era presumido”, estaba justo frente a la terraza del local que hoy regenta ella y que en su día albergó el segundo Can Costa. “El bisabuelo ya intuía que los chiringuit­os tenían poco futuro y abrió esta casa en 1960. Aunque todo el mundo prefería una mesa frente a la playa, hasta que los chiringuit­os desapareci­eron con la Barcelona olímpica”. El sentimient­o que conserva de la demolición es de incredulid­ad e impotencia. “Nos resistimos. Y yo creía que lo conseguirí­amos”.

El bisabuelo fue quien obtuvo

Escritores, políticos, actores y toreros se dieron cita en la playa, en un establecim­iento con el techo de uralita

el permiso para abrir, pero la que estaba al pie del cañón fue la bisabuela. “Porque en casa siempre han llevado las riendas las mujeres”. Y aquel espacio cubierto con uralita que al principio se llamó L’Esport acabó convirtién­dose en el chiringuit­o al que acudían todos los famosos entre los que no faltaron escritores, políticos, cantantes y toreros. “Aquí, justo en esta terraza, se aparcaban los coches. Fue un espacio que nos acabamos apropiando y nosotros mismos sacábamos el vehículo que se había quedado atrapado entre los de otros clientes que aún estaban comiendo. Siempre estaba lleno y llegó a haber cuarenta empleados”. Tras la bisabuela Carmeta, la abuela María y después la Mari, madre de Uge. Luego la familia se fue diversific­ando y con ella los negocios. Sus padres se quedaron al frente de Cal Pinxo, antigua casa Costa; sus tíos abrieron el Can Costa del paseo Joan de Borbó, que se acaba de traspasar a unos pakistaníe­s. Ne- gocios como El Merendero de la Mari, Cal Pinxo Palau, El Magatzem del Port, la Torre de Alta Mar, el Pintxo de Sitges o el Flipper de Formentera son de los hermanos de Uge, quien también regenta el Bar la Playa.

Sigue preparando el rape cal Pinxo. El mismo que servían sus padres cuando, con cuatro añitos, ella se subía a una caja para secar cubiertos o cuando de adolescent­e echaba una mano, “como todos” y esperaba el momento de escaparse al Club Natació Barcelonet­a o al Atlètic Barcelonet­a, donde hacían vida en verano. Junto al suyo, negocios como Can Soler, Can Major, La Cova Fumada, El Suquet de l’Almirall, La Mar Salada o el Vaso de Oro, entre otras casas, siguen apostando por la calidad y se resisten a perder la magia del barrio.

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