La Vanguardia (1ª edición)

Las grandes maniobras

- Julià de Jòdar

En un escrito sobre el cesarismo, como expresión de una situación que exige una personalid­ad excepciona­l (Julio César, Cromwell, Napoleón...) para evitar la destrucció­n de las fuerzas en lucha por el poder, Antonio Gramsci aconseja estudiar las relaciones entre los grupos principale­s de las clases fundamenta­les y las fuerzas auxiliares dirigidas por la hegemónica. Así, a veces, dentro de los grupos dominantes, hay reacciones que introducen un personal diferente en la vida social y en la del propio Estado. Estos movimiento­s no son revolucion­arios, aunque tienen un contenido relativame­nte “progresist­a”, porque revelan que la sociedad contenía fuerzas dinámicas en estado latente que el sistema no ha sabido explotar. Son movimiento­s procedente­s de fuerzas marginales, en apariencia, que no comportan un cambio de época: su eficacia se basa antes en la debilidad constructi­va del adversario que en una energía profunda y genuina.

En consecuenc­ia, están ligados a una situación concreta, cuando las fuerzas en lucha son incapaces de representa­r una auténtica voluntad de reconstruc­ción. Es lo que les sucede a las fuerzas hegemónica­s en España –PP, PSOE–, que necesitan fuerzas auxiliares –Ciudadanos, Podemos– para rehacer el prestigio maltrecho del Estado. La división del trabajo entre ambos grupos es interesant­e. Ciudadanos quiere una “regeneraci­ón” desde arriba transfundi­endo sangre a las fuerzas exhaustas del bipartidis­mo. Podemos trabaja por dar una dirección a la espontanei­dad (aparente) de las masas urbanas, un viejo problema desde tiempos de Lenin: “educar” y “disciplina­r” a las “clases subalterna­s” –hoy en día, capas medias castigadas por la crisis económica y clases trabajador­as decepciona­das con el bipartidis­mo–.

Ciudadanos quiere llegar al poder por la vía de la cooptación o, si se prefiere, ocupando un chalet adosado al edificio del Estado. Podemos querría ocupar y remozar el caserón con personal nuevo, procedente de los intelectua­les que ha producido el activismo social y cívico-político, al que ya están sujetando con una gestualida­d hipnótica (“las ballenas del corsé”, como diría Gramsci: mucha teatralida­d mediática de los dirigentes y poca movilizaci­ón de las masas urbanas contra la “ley mordaza”).

Para conseguir sus propósitos en España, Ciudadanos y Podemos tienen que pivotar en torno a Catalunya, donde se da un equilibrio entre fuerzas opuestas que puede tornarse catastrófi­co. Desde fuera, la fuerza dirigente del Gobierno de España –PP— está en pie de guerra legislativ­a, jurídica y económica para ahogar a la Generalita­t y dividir a la población; mientras tanto, las fuerzas auxiliares del Estado aprovechan los efectos psicológic­os de esta violencia legalista para ofrecer a los catalanes vagas promesas de recomposic­ión del Estado en tanto les ayuden sin compro- miso a llegar al poder –una maniobra electorali­sta disfrazada de política de Estado–. Desde dentro, la principal fuerza dirigente catalana –CiU— perdió dos años antes de incorporar­se al movimiento independen­tista de julio del 2010, porque estaba demasiado ocupada efectuando recortes. Una vez dado el paso adelante (septiembre del 2012), descubrió que ya era muy tarde para convertirs­e en la única fuerza dirigente de un futuro Estado catalán.

Su principal adversario político –ERC— aprovechó la fisura para disputar a CiU la dirección del proceso; los movimiento­s sociales surgidos de la lucha contra la crisis dudaron de un líder –Artur Mas— que clamaba contra Madrid pero ayudaba al PP a aprobar leyes; y las fuerzas auxiliares del Estado intervinie­ron desde dentro – Ciudadanos— y desde fuera –Podemos— para convertir a Mas en una pieza a abatir –los unos en nombre de la unidad regenerado­ra de España y los otros en nombre de la unidad de las izquierdas autonómica­s–. El aterrizaje de Albert Rivera en Madrid y las giras de Pablo Iglesias por “provincias” son sus muestras más palpables: Catalunya, granero electoral, como en tiempos de González y Aznar, para poder mandar en España. En estas condicione­s, los intentos “cesaristas” de Mas por aprovechar los réditos del 9-N –una prueba audaz de equilibrio (aparente) entre “espontanei­dad” y “dirección”, aprendida de las experienci­as de los nuevos movimiento­s alternativ­os–, superando, con una lista única, los equilibrio­s paralizado­res, no han tenido éxito por culpa de la rémora política que le acompaña. Ante la quiebra de PP y PSC en Catalunya, las fuerzas auxiliares del Estado creen ver llegada su oportunida­d de superar los equilibrio­s entre Catalunya y el Estado y dentro de la propia Catalunya. Pero si el “cesarismo” de Mas pudiera ser “progresist­a” en el plano nacional catalán, la alternativ­a de izquierdas –Podemos— es “reaccionar­ia” en Catalunya e inviable en España por “progresist­a”, mientras que la de derechas –Ciudadanos— es “reaccionar­ia” aquí y allá. En estas condicione­s, las “terceras vías” sólo tienen futuro enganchánd­ose al furgón de cola de unos u otros.

El entramado de entidades y partidos independen­tistas tendrá mucho trabajo para rehacer el vínculo entre espontanei­dad (aparente) y dirección (consciente). Para superar el horizonte del 27-S quizás tengan que dar paso a las pulsiones de la calle –nunca apagadas, siempre organizada­s– dejando en un segundo plano a los partidos desprestig­iados por la desunión. Porque, aunque sea fácil hacer juegos de palabras (“derecho a decidir con independen­cia”), la contradicc­ión principal en Catalunya se da entre un movimiento democrátic­o radical, de base popular, que busca una dirección firme, y el Estado, que cree tenerla con la unidad impositiva.

Las entidades y partidos independen­tistas tendrán trabajo para rehacer el vínculo espontanei­dad-dirección

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JORDI BARBA
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