La Vanguardia (1ª edición)

La atracción del jamón

ESTEVE ESPUÑA, ADJUNTO A GERENCIA DE EMBUTIDOS ESPUÑA

- MAR GALTÉS Barcelona

El abuelo, Esteve Espuña, empezó a elaborar fuets y longanizas en 1947 en su casa de payés de Vianya: sólo producían en invierno, porque no había frío industrial. Pero falleció en 1975, cuando su hijo Xavier Espuña tenía apenas 22 años y estaba estudiando último curso de Química y cuarto de Esade. Se tuvo que hacer cargo de la empresa. “Pude acabar física con apuntes, pero ya siempre me quedé en Olot. ¡La fábrica me heredó a mí!”, dice Xavier Espuña . Por eso ha querido que con su hijo sea diferente. “Mi padre me ha insistido en que yo hiciera lo que quisiera, para él era sagrado”, explica Esteve Espuña Sargatal.

Nacido en Olot en 1983, Esteve Espuña, nieto del fundador, es ingeniero informátic­o e hizo sus primeros pinitos en tecnología. Pero dicen que la cabra tira al monte, y Esteve decidió estudiar un MBA en Iese. Entonces, ya preparado para el mundo de la gestión, trabajó dos años en Samsung en Corea, donde había ido a hacer unas prácticas. Hasta que en abril de 2014 llegó el momento de regresar a casa, de incorporar­se a la empresa familiar. Lo hizo en calidad de adjunto a gerencia, un puesto desde el que está conociendo las diferentes partes de la organizaci­ón, en lo que es un movimiento de relevo generacion­al ordenado y pensando a años vista, porque Xavier Espuña tiene sólo 61 años. “La relación con mi padre es muy fácil. Tiene carácter, ¡pero deja hacer! No creo que desaparezc­a de la oficina cuando cumpla los 65, pero seguro que se podrá dedicar a las cosas que más le gustan”.

Esteve Espuña tuvo su primer ordenador siendo aún un preescolar, a los 12 años empezó a programar, incluso explica que ganó algun premio nacional para jóvenes investi- gadores con un robot al que hacía caminar. Pero la empresa estaba siempre muy presente, y no sólo en las cenas familiares. “Los veranos iba a trabajar ahí a deshuesar. Siempre me ha gustado la fábrica, y cuando tenía un rato iba al departamen­to de informátic­a. De hecho, el abuelo ya era muy innovador, compró uno de los primeros ordenadore­s de Girona”.

Aún estaba en la facultad cuando Esteve Espuña empezó a trabajar en la empresa de ingeniería Draco Systems, y al mismo tiempo con un compañero de piso montaron una empresa con un software que permitía liberar los móviles, al principio de los smartphone­s, y que pronto les permitió plena dedicación. “Allí me cogieron las ganas de estar en la empresa, y me decidí a hacer el master”, explica, “con la idea de entrar de oyente en el consejo de administra­ción. Las prácticas de verano en Samsung se convirtier­on en un empleo de dos años en el departamen­to de memorias para móviles. Allí, en Corea, seguía comiendo jamón Espuña, porque es un país al que exportan: “¡Pero lo pagaba cuatro veces más caro!”.

Embutidos Espuña facturó 69,5 millones de euros el año pasado, el 52% fuera de España: Francia, Argentina, Alemania, Reino Unido son mercados importante­s, y el jamón y las tapas son platos estrella. En su “carta a los Reyes Magos”, Espuña se ha propuesto que las ventas lleguen a 100 millones en 5 años. “En el sector hay movimiento­s, pero somos conservado­res”.

Dice Esteve que sigue programand­o “algún juego tonto para el iPhone”, aunque no echa de menos la informátic­a tanto como se imaginaba. Segurament­e es porque ahora está metido de lleno en un proyecto crucial para la empresa: su entrada en Norteaméri­ca, un destino complicado para exportar productos alimentari­os debido a la regulación sanitaria. Hace apenas unas semanas Espuña ha adquirido el 20% de la sociedad vasca Pata Negra Jan SL, creada para desarrolla­r el mercado del embutido en Estados Unidos, donde abrió hace dos años una planta en Albany, en el estado de Nueva York. Esteve Espuña pasa ahora mucho más tiempo allá que aquí. “Tenemos ya la estructura comercial, y nosotros aportamos la tecnología”, explica el mismo día que por la mañana ha realizado un curso de embutir en la planta de Olot, y poco antes de coger un vuelo hacia EE.UU. “Estamos en un lugar donde no hay nada, sólo se puede ir en bici”, bromea, pero es que además dice que le gusta llegar el primero a la planta, y se va tarde... Le queda al menos un año centrado en el proyecto americano, para luego volver a centrarse en el relevo en la gestión. “Aunque si sale algún otro proyecto internacio­nal, quizás en Japón o Corea..., podría ser divertido”, dice con una media sonrisa.

Ingeniero informátic­o, trabajó dos años en Samsung en Corea antes de entrar en la empresa familiar

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GUSI BEJER

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