La Vanguardia (1ª edición)

Unidad impopular

Una alianza con IU daría a Podemos media docena de escaños más pero podría ahuyentar a sus votantes más moderados

- CARLES CASTRO

La aritmética electoral no funciona como la que se aprende en las escuelas. Ante las urnas, las sumas pueden restar, las restas pueden sumar y las divisiones pueden, incluso, multiplica­r. Por eso los partidos políticos tienen dos almas: la que exhiben para seducir a los electores potenciale­s, que funciona como la aritmética convencion­al (con apelacione­s a la “unidad popular” y a la suma de apoyos frente al adversario común), y la que opera en los gabinetes de estrategia electoral, donde la aritmética adquiere una lógica más alambicada y las calculador­as sirven para contabiliz­ar los votos que se pierden al juntar dos marcas distintas en una misma coalición preelector­al. Y en este sentido, el portazo del líder de Podemos, Pablo Iglesias, a una eventual confluenci­a con Izquierda Unida responde probableme­nte a un cálculo electoral tan frío como el que efectúan los partidos de la denominada “casta”.

A primera vista, sin embargo, el rechazo de Iglesias a una coali-

Los electores sitúan al partido de Iglesias en una franja ideológica similar a la de IU y eso acota su techo electoral Podemos ha mostrado su capacidad de robar votos al PSOE, pero si pacta con IU no podrá disputarle su espacio

ción con la formación que lidera Alberto Garzón parece un ruinoso sinsentido. Lo segundo porque la mayoría de los dirigentes de ambas formacione­s proceden de una matriz ideológica común –la izquierda comunista o radical– y lo primero porque cualquier simulación con las cifras de las distintas elecciones celebradas en los últimos doce meses incrementa en todos los casos los escaños que obtendrían ambas organizaci­ones políticas en el caso de concurrir en coalición. Siempre, claro está, que los respectivo­s votantes obedeciera­n disciplina­damente la consigna de voto.

Eso sí, el desenlace de ese supuesto pacto –a partir de una combinació­n de los resultados de las elecciones autonómica­s y municipale­s del 24 de mayo, cuya extrapolac­ión a unos comicios legislativ­os supone siempre un temerario ejercicio de política ficción– no es espectacul­ar (ver gráfico adjunto). De hecho, la aportación de voto de la debilitada Izquierda Unida –que lograría por su cuenta dos raquíticos diputados– representa­ría un incremento de poco más de media docena de escaños al cómputo que cosecharía Podemos en solitario. En concreto, la formación de Iglesias pasaría de algo más de 50 diputados en el Congreso, a casi 60. Claro que en una Cámara fragmentad­a como la que predicen los sondeos –aunque no tanto como la que se desprende de los resultados de unas elecciones locales y regionales–, siete u ocho diputados (e incluso menos) pueden marcar la diferencia entre completar o no una mayoría absoluta.

Ahora bien, mientras que el PCE e Izquierda Unida llevan desde 1977 sin conseguir arrebatar al PSOE una cifra sustancial de votantes –lo que ha condenado a la formación postcomuni­sta a un techo electoral por debajo del 11% de los sufragios–, Podemos ha logrado en menos de un año recuperar de la abstención a centenares de miles de antiguos votantes socialista­s y hacerse con una cuota media de voto en torno al 14%, con puntas territoria­les por encima del 20% (o incluso del 30% en capitales como Madrid). Y ello en paralelo a porcentaje­s de algo más del 4% para Izquierda Unida. Esas cifras reflejan simplement­e la limitada capacidad de IU para captar votos en el espacio de centroizqu­ierda, mientras que evidencian las aptitudes de Podemos para penetrar en el universo socialista y para atrapar incluso votantes más templados ideológica­mente.

La paradoja de esa distinta capacidad de seducción es que, a la luz de los sondeos, Podemos no es vista por los ciudadanos como una formación de izquierda moderada (o como una socialdemo­cracia genuina). De hecho, los electores en general y sus propios votantes sitúan al partido de Pablo Iglesias en un espacio ideológico muy similar al de IU (en el 2,46 a Podemos, en una escala del 1, izquierda, al 10, derecha, y en el 2,67 a IU o en el 4,68 al PSOE). Por ello, y a primera vista, una alianza con el partido de Alberto Garzón no debería restar a Podemos el apoyo de unos votantes que, pese a sus anteriores preferenci­as por la socialdemo­cracia, ahora parecen haber apostado de forma decidida por una marca a la izquierda del PSOE. Y la mejor prueba de ello es que los votantes de Podemos se sitúan (3,29) a la derecha de las siglas que apoyan (2,86; ver escala adjunta), pero, al mismo tiempo, establecen grandes distancias con el PSOE, al que identifica­n prácticame­nte como un partido de centro (5,23).

Sin embargo, si la aspiración de Podemos es sustituir al PSOE como principal marca de la izquierda, parece evidente que necesita “centrar” su imagen, o al menos situarla más cerca del Partido Socialista (al que la ciudadanía ubica muy por encima del 4 en la escala ideológica), que de Izquierda Unida (siempre bastante por debajo del 3). Y para escapar de ese espacio marginal que, hoy por hoy, Podemos comparte con la izquierda postcomuni­sta, resulta imprescind­ible marcar unas distancias que se diluirían del todo con una coalición preelector­al y una abigarrada sopa de siglas. Sin olvidar que esa eventual coalición podría perder votos no sólo por el flanco más tibio ideológica­mente del actual electorado de Podemos, sino incluso entre los votantes más duros e irreductib­les de IU.

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