El no de Grecia al Eurogrupo
LOS griegos han votado mayoritariamente que no al plan de acuerdo del Eurogrupo del pasado día 25 para un nuevo rescate financiero a cambio de ajustes y reformas. ¿Debe interpretarse esta votación como un rechazo de la sociedad griega al euro? Sería un grave error que la Unión Europea (UE) sacase esta conclusión. Hay que afinar mucho en la lectura de este resultado. De entrada, si hay que ceñirse estrictamente a los hechos, los griegos no han autorizado a Alexis Tsipras a aceptar la propuesta europea y le exigen que siga negociando. La UE debe ser fiel a sus principios democráticos, respetar el resultado y aceptar abrir un nuevo proceso de negociaciones. El problema inmediato está en qué sucede mientras se llevan a cabo esas nuevas negociaciones.
Si no hay importantes cesiones por parte de la UE, del BCE y del FMI se puede dar paso al peor escenario posible: fin de las ayudas financieras de urgencia, quiebra de los bancos griegos, suspensión de pagos definitiva, debacle económica y social, y salida de facto del euro, ya que el Banco Central Griego se vería obligado a poner en circulación una moneda alternativa, aunque fuera temporalmente, ante la falta de liquidez del país.
¿Le interesa ese escenario a la UE? La respuesta es evidente: de ninguna manera. La UE, en primer lugar, no puede permitirse la desestructuración política, económica y social de un país como Grecia, que es un bastión clave de la geoestrategia europea frente a Asia y Rusia. Y la credibilidad del euro, en segundo lugar, no puede permitirse la ruptura de su principio de irreversibilidad, dada la desconfianza financiera que ello podría crear respecto a otros países. No es cierto que no pase nada si Grecia sale del euro, como dice Alemania.
En realidad, el hecho de que un país del euro como Grecia haya suspendido pagos, haya instaurado un control al movimiento de capitales y haya tenido que aplicar un corralito sienta ya un peligroso precedente que, tarde o temprano, se pagará en términos de desconfianza hacia la moneda única europea y sus países más frágiles. Es cierto que el BCE puede actuar –y en realidad ya está actuando– como cortafuegos de un posible efecto contagio de la desconfianza hacia otros países. Pero eso no deja de ser una solución provisional.
Los países de la eurozona, aunque no les guste el resultado del referéndum, están obligados a aceptar el envite de Grecia y seguir negociando en un clima que favorezca la mayor estabilidad posible. Cualquier concesión que se deba realizar siempre resultará más barata que los grandes desequilibrios geoestratégicos y financieros que puede suponer la salida del euro. Pero Grecia, a su vez, debe hacer gala de una mayor seriedad y responsabilidad de la que ha demostrado hasta ahora para afrontar las reformas que el país necesita.
En cualquier caso, a partir de lo sucedido, es igualmente claro que la zona euro debe efectuar los avances necesarios para demostrar al mundo que es una verdadera unidad monetaria y que sus países miembros no tienen por qué sufrir restricciones al movimiento de capitales, ni mucho menos salir del euro, en caso de crisis. El BCE es también el banco central de Grecia y no puede ni debe hacer dejación de las responsabilidades que ello conlleva. De momento, sin embargo, el no de Grecia a la propuesta del Eurogrupo supone la entrada en un agujero negro de grandes incertidumbres para el propio país y para la UE, en un escenario de profunda inestabilidad financiera a partir de hoy mismo.