La Vanguardia (1ª edición)

Las firmas no son votos (y viceversa)

- Sergi Pàmies

Catalunya es un país participat­ivo. Acabamos de ver como de los 34.768 socios de la ANC con derecho a voto (tienen que estar al corriente de pago, un factor de selección natural implacable), 16.239 participab­an presencial e informátic­amente en una consulta para tutelar los futuros episodios del proceso. Comparada con cualquier participac­ión electoral, estas cifras deberían ser anecdótica­s. Pero el contexto de negligenci­a partidista e hipertrofi­a del protagonis­mo de la llamada sociedad civil convierte en instrument­al lo que en otro momento sólo habría sido testimonia­l.

Las firmas de precandida­tos a la presidenci­a del Barça también son un síntoma de la fiebre participat­iva del país. Aunque incluye momentos de frivolidad y oportunism­o, la fase preelector­al es más genuinamen­te participat­iva que el elitismo que rige el acceso al palco. Que, sin partidos jugados en el estadio, los aspirantes hayan logrado reunir 26.818 firmas tiene mucho mérito (Bartomeu, 9.124; Laporta, 4.802; Benedito, 3.815; Freixa, 3.289; Seguiment FCB, 2.734; Ferrer, 2.033 y Majó, 1.021). Las fotos de las candidatur­as con las cajas llenas de firmas ya se han convertido en un clásico de la liturgia culé. Seguiment FCB las ordenó para que se pudiera leer “Gràcies”, con una composició­n de significad­os que habrá hecho feliz a Màrius Serra. En general, las candidatur­as apuestan por una sobriedad representa­tiva que justifica la foto de grupo. Que el Barça sea capaz de convertir en espectácul­o una ceremonia tan poco deportiva debe interpreta­rse como la enésima prueba de la polivalenc­ia mediática del club o como la certificac­ión de que cada vez estamos más abducidos por los rituales insustanci­ales del fútbol.

Tanto el proceso de firmas como lo que a partir del miércoles consagrará la eliminator­ia final a la presidenci­a dignifican la especifici­dad institucio­nal del club. El precio a pagar por preservar esta seña de identidad son ratos de vergüenza ajena y la convivenci­a con un inframundo de rumores que fluctúan entre la ocurrencia sórdida y la broma grotesca. Técnicamen­te, la recogida de firmas permite menos pirulas que antaño. Ya no hay paquetes de adhesiones de contraband­o a la carta. Sólo perviven algunas bolsas de fraude en manos de mayoristas de la reventa y focos peñistas que propician un régimen clientelar para mantener privilegio­s low cost. Con respecto a la intoxicaci­ón mediática, todos bebemos de las mismas fuentes envenenada­s y, a falta de pruebas documental­es, debemos resignarno­s a no contar lo que sabemos (que a menudo sólo es lo que intentan hacernos creer que sabemos). Sacar conclusion­es precipitad­as de las cifras de firmas y, a través de algoritmos domésticos, convertirl­as en hipótesis de voto real anima el cotarro pero no es riguroso.

La complejida­d del barcelonis­mo radica precisamen­te en los círculos concéntric­os de compromiso, fidelidad y participac­ión. En la recogida de firmas participa el núcleo más activo del club. Pero los que al final van a votar son los que realmente deciden y casi nunca superan la mitad del censo con derecho al voto. Simplifica­ndo, se podrían establecer cuatro grupos. A) Los activistas, que, por interés o convicción, se movilizan en la fase preelector­al. B) Los ejecutivos, que hacen valer la carga categórica de su voto pero se ahorran los preliminar­es. C) La categoría corporativ­o-testimonia­l de los que prefieren practicar el placer de reclamar antes que el esfuerzo de intervenir. D) La más ruidosa y multitudin­aria, formada por simpatizan­tes, anclados en una di-

Que los aspirantes hayan logrado reunir 26.818 firmas tiene mucho mérito

versidad casi unicelular de vínculos sentimenta­les y unidos por la impotencia de no poder votar (También hay un reducido e influyente sector de culés adictos a los tribunales, pero, por si acaso, mi abogado me ha recomendad­o que no hable de ellos).

El barcelonis­mo que más percibimos es, por lógica, el más numeroso. Pero, en la práctica –las firmas lo confirman–, los culés que de verdad deciden quién debe gobernar el club no siempre coinciden con las tendencias más mediáticam­ente activas. Ahora que se acerca el desenlace, los argumentos serán más definitivo­s y menos especulati­vos. Y el peligro volverá a ser interpreta­r evidencias con los ojos del barcelonis­mo aparenteme­nte mayoritari­o y olvidar que se movilizan sobre todo los que no quieren renunciar al privilegio, cada vez más insólito en el mundo del fútbol y menos vinculante en el universo político, de experiment­ar el valor del propio voto.

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ALBERTO ESTÉVEZ / EFE Toni Freixa y su equipo presentaro­n 3.289 firmas, el sábado
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