“Las cosas importantes de la vida son gratis”
Tengo 81 años, pero la edad es inmaterial, importa la actitud. Nací en un pueblecito y vivo en una casa victoriana en el nordeste de Londres. Tengo pareja desde hace 50 años, pero vivo solo. Lo que más me preocupa es la desigualdad. Soy anglicano, y es co
Usted hacía prótesis dentales.
Las hice durante cinco años. Provengo de una familia humilde que me consideraba un joven muy poco brillante, así que decidieron que hiciera formación profesional.
¿Por qué tenían tan poca fe en usted?
Era disléxico, y entonces no se diagnosticaba, así que pensaban que era un poco tonto. Luego descubrí que hay muchos artistas disléxicos. Cuando fui a la mili, que entonces duraba dos años, decidí no volver al mundo dental porque en las sonrisas que me devolvían veía mi trabajo y me parecía terrible.
¿Por qué terrible?
Todos querían dentaduras de cine blanquísimas y ordenadísimas, eran como lápidas. Los dientes son imperfectos, como los suyos o los míos, y yo quería crear dientes como los nuestros porque son las imperfecciones las que hacen a la gente interesante.
¿Tuvo problemas por ser gay?
No acepté que lo era hasta los 23 años. En Gran Bretaña era ilegal, así que ni me lo planteaba. Pero sabía que era diferente, siempre me interesaron los colores y los patrones.
¿Y cómo se prestó a hacer prótesis?
Dejé la escuela a los 15 años e hice lo que mis padres querían. Si me hubieran dicho entonces que fundaría el departamento de tejido del Royal College of Art de Londres (1985), hubiera dicho que eso era imposible.
¿Qué ha buscado usted en la vida?
¡Oh, Dios mío!... Creo que la realización personal, pero yo creía que era un imbécil. Descubrí que no lo era, incluso que era bastante más inteligente que las personas que me rodeaban, en la mili. Así fue como empecé a pensar que sólo necesitaba formarme y me lancé a leer como un poseso y acudí a clases nocturnas.
¿Cuándo reconoció que era gay?
A mí mismo, cuando salí del ejército. Pero la sexualidad no era lo importante para mí, lo era sentir que no era sincero conmigo mismo, y consideraba que si no lo era, tampoco podría serlo en mi trabajo, que entonces era lo más importante que tenía en la vida.
¿Qué ha comprendido?
Que quizá el mañana inmediato no sea mío, he tenido cáncer cuatro veces. Pese a ello, lo más importante que me ha sucedido en los últimos veinte años fue jubilarme.
Dejar de trabajar para otros.
Sí, decidí que podía hacer algo para mí mismo y me topé con las alfombras.
¿Fue casualidad?
Totalmente: estaba en Nepal de vacaciones y al ver cómo tejían las alfombras pensé: “Ojalá yo pudiera hacerlo y colgarlas en la pared como arte”. Decidí diseñar en Londres y tejer en Nepal. Empecé hace quince años, a los 65, y ya se han acostumbrado a mis excentricidades.
Cuatro cánceres, ¿cómo le han cambiado?
Radicalmente, sólo vivo para el hoy, el pasado ya no me importa. Y sé que usted y yo sólo tenemos hoy y que la muerte no respeta la edad. Una vez has pasado un cáncer, si has reflexionado y estás con la disposición mental adecuada, el segundo, el tercero y el cuarto no importan.
Poderosa vacuna.
Con el primero piensas que te vas a morir. Pero cuando uno tiene una gran dificultad en la vida y la supera, ya nada le detiene.
La edad ¿trae sabiduría?
Creo que sí, pero también acentúa tu personalidad, y tus excentricidades suelen imponerse a la sabiduría.
¿Cuáles son las suyas?
Yo cuando veo un tejido que me gusta tengo que tocarlo, y tocar a la gente en mi país es de muy mala educación, pero no puedo evitarlo. En mis exposiciones siempre cuelgo junto al tapiz: “Por favor, tócame”.
Entonces, el tacto es su sentido.
En mi vida anterior me gané mi reputación como diseñador de géneros de punto. Escribí cinco libros sobre el tema, y una vez has escrito un libro la gente cree que eres un experto. He viajado por todo el mundo dando conferencias.
¿Y qué ha descubierto por el mundo?
Que somos impredecibles y fascinantes. Y que la mayoría de las cosas importantes en la vida son gratis; que uno cosecha lo que siembra, y lo más difícil: que todos y cada uno de los seres humanos tienen un valor. A menudo esas personas que no te gustan son muy interesantes.
¿Qué ha sembrado usted?
He enseñado a los jóvenes más creativos en el Royal College of Art, y para ello has de ser valiente, porque sus ideas son de otro mundo y has de alentarlos para que se lancen, aunque a ti te parezca una locura.
¿Qué hace falta para ser creativo?
El valor, uno tiene que atreverse a seguir sus emociones y templarlas con su inteligencia. Yo nunca he conocido a una persona realmente creativa que no sea muy inteligente. La agudeza es poco frecuente, y me fascina.
Nació en una casa humilde y ahora vive en una casa victoriana. ¿Qué valor le da al lujo?
Soy igual de feliz en un hotel de cinco estrellas que en un hostal. Para mí el lujo de este hotel no tiene ningún significado porque la vida no es esto. Yo me divierto más hablando con usted, los dos nos tanteamos y eso es magnífico.
...En un salón comodísimo y precioso.
El lujo es maravilloso si te lo puedes permitir, pero no es necesario para lo que cuenta en la vida. A mí me fascinan las personas, y eso no requiere ningún lujo.