La Vanguardia (1ª edición)

Bautizo de la princesa Carlota de Cambridge

La princesa Carlota de Cambridge tuvo cinco padrinos, dos menos que su hermano

- RAFAEL RAMOS

Últimament­e, superadas todas las crisis, los Windsor se las han ingeniado para convertir su vida y milagros en un cuento de hadas, más estilo Cenicienta que Caperucita Roja o Hansel y Gretel. Todo es de color de rosa. El último capítulo –por ahora– del relato es el bautizo de la princesita Carlota de Cambridge en la misma capilla donde lo fue Diana (la abuela a la que nunca conoció), y en presencia de tres probables futuros reyes: Carlos, Guillermo y su hermano Jorge.

Toda la escenograf­ía estuvo montada para transmitir al mundo la idea no sólo de una familia normal, sino de una familia feliz y perfecta –los padres y la parejita–, totalmente integrados en la vida de la comunidad rural del condado de Norfolk (este de Inglaterra) donde residen, ajenos a la ostentació­n, interesado­s por la ecología y los problemas del medio ambiente.

Sangre azul a raudales, mucha historia y mucho simbolismo. Carlota fue bautizada con agua del río Jordán en la misma pila bautismal que la reina Victoria, en la iglesia de Santa María Magdalena, del siglo XVI, dentro del complejo de los terrenos reales Sandringha­m, una de las principale­s residencia­s de los Windsor junto con los palacios de Buckingham y Kensington en Londres, el castillo de Windsor y Balmoral en Escocia. En un excelente día de verano, la familia modelo hizo a pie el recorrido desde su casa –un anexo de las instalacio­nes– hasta la capilla, que es la que utiliza la reina cuando pasa temporadas en Norfolk. Jorge de la mano de Guillermo, su hermana en un carrito tirado por Catalina.

La ceremonia fue oficiada por el arzobispo de Canterbury, Justin Welby, como correspond­e a un bautizo real. Y aunque tuvo naturaleza estrictame­nte privada, se le permitió al público acceder al área exterior de la iglesia para contemplar de cerca a la pequeña, a la familia real y a los invitados. Sandringha­m está a tres horas en coche de Londres, y es de difícil acceso en tren o autobús. Pero entre los entusiasta­s de la realeza que no quisie-

ron guraron80 años perdersequ­e Terry acampóel Hutt, acontecimi­entola un noche abuelo ante- de firior para asegurarse “el mejor puesto de observació­n”, y la americana Laurie Spencer, de 52 años, que tenía una entrada para el Gran Premio de F-1 que le había costado mil euros, pero la regaló para acudir al evento monárquico envuelta en la bandera de las barras y estrellas.

Carlota Aunque cuenta sólo ya tiene con dos razones meses,de peso para sentirse celosa de su hermano Jorge. No sólo porque la precede en la línea de sucesión al trono, sino porque tuvo dos padrinos más que ella. Aunque cinco no está del todo mal, repartiénd­ose los honores entre las dos familias: Laure Fellowes (hija de una de las hermanas de Diana, la baronesa Jane Fellowes), Adam Middleton (primo de Catalina), Thomas van Straubenze­e (amigo del colegio de Guillermo y uno de los habituales de su círculo social), Sophie Carter (una de las mejores amigas de Catalina), y James Meade (con quien el padre de la criatura guarda una estrecha relación desde que estudiaron juntos en Eton).

La familia real británica tiene fuertes conexiones con Grecia y Alemania, pero nada más lejos de las preocupaci­ones de los presentes que el referéndum griego sobre el paquete de austeridad que pretende imponerles la canciller Merkel. El duque Felipe de Edimburgo nació en el país heleno –del que tuvo que marchar de pequeño exilado, y segurament­e no está muy de acuerdo con los postulados de Syriza–, e Isabel II estaría al frente de la Casa de Sajonia-Coburgo-Gotha de no ser porque Jorge V le cambió el nombre al más inglés Windsor en 1917, durante la primera guerra mundial, precisamen­te para que no sonara tan germánico.

Los bisabuelos Felipe e Isabel estuvieron en primera línea, así como Carlos y Camila, y los abuelos por parte materna. La ausencia más destacada fue la del príncipe Enrique, tío de Carlota, que ya se perdió su nacimiento por estar de gira en Australia y Nueva Zelanda, y ahora se halla en un periplo de tres meses por África para promociona­r causas caritativa­s y medioambie­ntales. También le pusieron falta al príncipe Andrés, duque de York, que se encuentra de viaje en Nueva Guinea-Papúa. Tras la ceremonia, se celebró un opíparo té en el propio Palacio de Sandringha­m. “Mis mejores deseos para el duque y la duquesa de Cambridge con ocasión del bautizo de su hija Carlota”, escribió en Twitter el primer ministro Cameron. Un sentimient­o rubricado por los dos tercios de compatriot­as que se declaran monárquico­s. Los republican­os estuvieron más pendientes de Wimbledon, el Gran Premio de fórmula 1 y el referéndum de Grecia.

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La familia hizo a pie el recorrido desde su casa hasta la capilla, que es la que utiliza la reina cuando pasa tempora
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MATT DUNHAM / AP Kate Middleton, muy elegante, con su pequeña en brazos
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MATT DUNHAM / AP La reina Isabel saluda al pequeño príncipe al acabar la ceremonia
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MATT DUNHAM / AP adas en Norfolk

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