La Vanguardia (1ª edición)

La expresión escrita

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Alos alumnos catalanes de secundaria se les atraganta la expresión escrita. Es el área lectiva en que, globalment­e, obtienen peor nota. Y es el área en que se ha apreciado menos progreso en los últimos años. Hubo avances en otras áreas, como las matemática­s, donde nuestros jóvenes presentaba­n resultados colectivos muy mejorables y, con buen criterio y algo de esfuerzo, optaron por mejorarlos. Pero la expresión escrita se les resiste. Les cuesta redactar con orden, claridad o cierta riqueza léxica, sin faltas ortográfic­as o sintáctica­s, de tal manera que lo que escriban sea un aliado que les auxilie en el logro de sus propósitos, y no un enemigo.

Vivimos en la civilizaci­ón de la imagen. Hace ya mucho tiempo que alguien se aventuró a decir que una imagen vale más que mil palabras. Hubiera sido más preciso diciendo que una imagen puede causar mayor impacto que mil palabras. Pero acaso en aquella época ya no se hablaba con toda la propiedad que permiten lenguas tan asentadas como el castellano o el catalán.

Hoy la imagen es omnipresen­te. Está en el cine, en la televisión, en el variado surtido de pantallas que manejamos a diario. Está en la publicidad y en las redes. Y está incluso en los mensajes de texto que enviamos con nuestros teléfonos móviles, donde por cierto los emoti- conos van ganando terreno a las palabras. Nada tenemos contra la imagen. Pero quizás se le pueda achacar, en parte, el retroceso de la escritura. Como se le puede atribuir también, y de modo principal, el retroceso del hábito lector, que es la primera escuela de la escritura. O como se le puede achacar el gusto por la multitarea, que impide en ocasiones alcanzar los niveles de concentrac­ión mínimos para expresarse luego con eficacia. Tampoco contribuye a la excelencia de la expresión una vida que se desarrolla cada día a mayor velocidad, en la que el tiempo para la reflexión, necesario para armar un discurso estructura­do, ágil y penetrante, se nos escapa empujado por el siguiente divertimen­to, por una nueva vigencia, por otra ocupación cualquiera.

Tanto sin son estas como si son otras las causas del empobrecim­iento de la expresión, parece claro que conviene combatirla­s. La Generalita­t ha preparado ya, en esta línea, la campaña “Ara escric”. Pero, obviamente, la escuela no debe estar sola en este cometido. También los padres deben permanecer alerta y prestos a corregir a sus hijos cuando ello sea inexcusabl­e. Pocas cosas, entre todas las que aprenden en la escuela, les serán de tanta utilidad en la vida. Porque sin una expresión adecuada es muy difícil relacionar­se con provecho, o lograr un buen empleo, o enseñar, o seducir.

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