La Vanguardia (1ª edición)

El lío griego

- Pilar Rahola

Doctores tiene la Iglesia y todos llevan días hablando en tropel, de manera que donde hay fraile no manda monaguillo. Pero incluso afinando el oído al ejército de economista­s, expertos en política griega y el resto de analistas de la cosa, todos abriendo en canal el gran lío helénico, no hay forma de encontrar una respuesta que, a) reparta adecuadame­nte las culpas y, b) plantee la solución al laberinto. Es decir, que a pesar de dedicar tantas horas de radio y televisión, el mundo está dividido entre dos bandos irreconcil­iables: los que consideran Grecia un país manirroto, incapaz de cumplir sus compromiso­s y jurídicame­nte inseguro, y por ello piden represalia­s; y aquellos que consideran que la troika, Merkel y la Europa rica son unos depredador­es y matones que extorsiona­n a los pobres griegos y hacen con la madeja un sayo de demagogia populista. Lo peor es que ambos lados esgrimen las verdades de sesudos economista­s, como si no supiéramos desde hace tiempo que la ciencia más inexacta de todas es la economía. En medio de esa trinchera, algunos intenta-

La partida entre Grecia y Europa no puede ganarla nadie, pero pueden perder todos

mos eso mismo, estar en medio, lo cual acostumbra a ser tierra de nadie.

Desde esa tierra intermedia, que entiende el sufrimient­o griego pero también la preocupaci­ón europea, surgen algunas considerac­iones. La primera, que todos, tanto Europa como Grecia, deben tranquiliz­arse, comerse algunos sapos y volver a la casilla de salida. Esta es una partida que no ganará nadie, pero pueden perder todos. De manera que lo único sensato es entender que la ciudadanía griega está muy cansada, que su respuesta democrátic­a ha sido inapelable y que hay que ayudar a los griegos a encontrar una salida. Al tiempo, las autoridade­s griegas deben entender que el tránsito no será fácil, que los acuerdos deben cumplirse y que todos pendemos del mismo hilo. Se trata, en el fondo, de apostar por Europa unos y otros, tanto los que la dominan desde la holgura de sus macro como los que la sobreviven desde la estrechez de sus micro. Y si hace falta reequilibr­ar recursos hacia las zonas más frágiles, se hace con todas las consecuenc­ias. Es cierto que los griegos mintieron al entrar en el euro, pero es probable que las autoridade­s europeas hicieran la vista la gorda a la mentira porque ya les iba bien que entrara Grecia. Y a partir de ahí, algunas de las imposicion­es europeas han sido de una digestión tan pesada para la ciudadanía griega que el cuerpo ha estallado. Grecia arrastra culpas sonoras, tantas como acumula Europa. Y considerar que la solución está en el castigo es tanto como considerar que Europa es inviable.

Decía Màrius Carol en Can Basté que seguro que encontrará­n una salida razonable, y así es de esperar, porque incluso en esta situación tensa ambos lados se necesitan. No olvidemos que una Grecia más ayudada es una carga para muchos, pero una Grecia hundida es una desgracia para todos.

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