El lío griego
Doctores tiene la Iglesia y todos llevan días hablando en tropel, de manera que donde hay fraile no manda monaguillo. Pero incluso afinando el oído al ejército de economistas, expertos en política griega y el resto de analistas de la cosa, todos abriendo en canal el gran lío helénico, no hay forma de encontrar una respuesta que, a) reparta adecuadamente las culpas y, b) plantee la solución al laberinto. Es decir, que a pesar de dedicar tantas horas de radio y televisión, el mundo está dividido entre dos bandos irreconciliables: los que consideran Grecia un país manirroto, incapaz de cumplir sus compromisos y jurídicamente inseguro, y por ello piden represalias; y aquellos que consideran que la troika, Merkel y la Europa rica son unos depredadores y matones que extorsionan a los pobres griegos y hacen con la madeja un sayo de demagogia populista. Lo peor es que ambos lados esgrimen las verdades de sesudos economistas, como si no supiéramos desde hace tiempo que la ciencia más inexacta de todas es la economía. En medio de esa trinchera, algunos intenta-
La partida entre Grecia y Europa no puede ganarla nadie, pero pueden perder todos
mos eso mismo, estar en medio, lo cual acostumbra a ser tierra de nadie.
Desde esa tierra intermedia, que entiende el sufrimiento griego pero también la preocupación europea, surgen algunas consideraciones. La primera, que todos, tanto Europa como Grecia, deben tranquilizarse, comerse algunos sapos y volver a la casilla de salida. Esta es una partida que no ganará nadie, pero pueden perder todos. De manera que lo único sensato es entender que la ciudadanía griega está muy cansada, que su respuesta democrática ha sido inapelable y que hay que ayudar a los griegos a encontrar una salida. Al tiempo, las autoridades griegas deben entender que el tránsito no será fácil, que los acuerdos deben cumplirse y que todos pendemos del mismo hilo. Se trata, en el fondo, de apostar por Europa unos y otros, tanto los que la dominan desde la holgura de sus macro como los que la sobreviven desde la estrechez de sus micro. Y si hace falta reequilibrar recursos hacia las zonas más frágiles, se hace con todas las consecuencias. Es cierto que los griegos mintieron al entrar en el euro, pero es probable que las autoridades europeas hicieran la vista la gorda a la mentira porque ya les iba bien que entrara Grecia. Y a partir de ahí, algunas de las imposiciones europeas han sido de una digestión tan pesada para la ciudadanía griega que el cuerpo ha estallado. Grecia arrastra culpas sonoras, tantas como acumula Europa. Y considerar que la solución está en el castigo es tanto como considerar que Europa es inviable.
Decía Màrius Carol en Can Basté que seguro que encontrarán una salida razonable, y así es de esperar, porque incluso en esta situación tensa ambos lados se necesitan. No olvidemos que una Grecia más ayudada es una carga para muchos, pero una Grecia hundida es una desgracia para todos.