Chivo expiatorio
Ala crisis se han sumado la sospecha y la condena sin juicio previo. El patio de vecindad sigue colgando el correspondiente sambenito a quien, tantas veces, o no ha hecho nada o, haciéndolo, no tiene relevancia jurídica alguna. Se ha vuelto el país un antipático coto de caza del chivo expiatorio, en el que la denuncia– responda a indicios racionales de criminalidad o no, tanto da– está al acecho en cualesquiera comportamientos, y no digamos en los referidos a actividades que encierran notoriedad o algún contenido prestacional.
Esta situación está convirtiendo a la práctica de la medicina en defensiva. A la abogacía, en defensiva. A la labor políti- ca, en defensiva. Y así, todas las demás. Profesionales y responsables públicos, en lugar de curar, defender o gobernar, se dedican ahora a evitar ser acusados o demandados en su quehacer diario, lo que se traduce en que algo connatural a toda tarea, como el riesgo de no acertar siempre, no se quiera asumir y en su lugar se hagan las cosas a medio hacer o de la forma menos eficaz pero que garanticen completa indemnidad.
Esto se podría solventar, aparte de la necesaria alfabetización jurídica, aplicando las leyes a quienes denigran a otros gratuitamente, atajando sus condenas dictadas desde sus tabletas o móviles. No parece propio de una sociedad madura que se permita arruinar carreras o menoscabar instituciones sin dejar que la justicia actúe, condenando o absolviendo tras el pertinente proceso con plenas garantías. Una conducta así cuesta creer que resulte compatible con el ejercicio del derecho de expresión o de información, que no están concebidos para dañar a nadie, sino para favorecer a todos.
Haremos bien en denunciar, si conocemos acontecimientos que pudieran revestir carácter delictivo. Pero luego toca aguardar al veredicto tras el oportuno enjuiciamiento, sin convertirlo en anticipada sentencia condenatoria, trasladando a la sociedad la falsa creencia de que alguien ha hecho algo punible por el mero hecho de estar siendo investigado.
Dejemos, en fin, actuar a los jueces con prudencia y discreción, sin presiones ni ataduras. Y, sobre todo, evitemos los juicios paralelos y sin fundamento que tanto daño hacen a las personas y a la justicia.