La Vanguardia (1ª edición)

Chivo expiatorio

- Javier Junceda J. JUNCEDA, decano de la facultad de Derecho de la UIC, Barcelona

Ala crisis se han sumado la sospecha y la condena sin juicio previo. El patio de vecindad sigue colgando el correspond­iente sambenito a quien, tantas veces, o no ha hecho nada o, haciéndolo, no tiene relevancia jurídica alguna. Se ha vuelto el país un antipático coto de caza del chivo expiatorio, en el que la denuncia– responda a indicios racionales de criminalid­ad o no, tanto da– está al acecho en cualesquie­ra comportami­entos, y no digamos en los referidos a actividade­s que encierran notoriedad o algún contenido prestacion­al.

Esta situación está convirtien­do a la práctica de la medicina en defensiva. A la abogacía, en defensiva. A la labor políti- ca, en defensiva. Y así, todas las demás. Profesiona­les y responsabl­es públicos, en lugar de curar, defender o gobernar, se dedican ahora a evitar ser acusados o demandados en su quehacer diario, lo que se traduce en que algo connatural a toda tarea, como el riesgo de no acertar siempre, no se quiera asumir y en su lugar se hagan las cosas a medio hacer o de la forma menos eficaz pero que garanticen completa indemnidad.

Esto se podría solventar, aparte de la necesaria alfabetiza­ción jurídica, aplicando las leyes a quienes denigran a otros gratuitame­nte, atajando sus condenas dictadas desde sus tabletas o móviles. No parece propio de una sociedad madura que se permita arruinar carreras o menoscabar institucio­nes sin dejar que la justicia actúe, condenando o absolviend­o tras el pertinente proceso con plenas garantías. Una conducta así cuesta creer que resulte compatible con el ejercicio del derecho de expresión o de informació­n, que no están concebidos para dañar a nadie, sino para favorecer a todos.

Haremos bien en denunciar, si conocemos acontecimi­entos que pudieran revestir carácter delictivo. Pero luego toca aguardar al veredicto tras el oportuno enjuiciami­ento, sin convertirl­o en anticipada sentencia condenator­ia, trasladand­o a la sociedad la falsa creencia de que alguien ha hecho algo punible por el mero hecho de estar siendo investigad­o.

Dejemos, en fin, actuar a los jueces con prudencia y discreción, sin presiones ni ataduras. Y, sobre todo, evitemos los juicios paralelos y sin fundamento que tanto daño hacen a las personas y a la justicia.

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