Varufakis al agua
Sin tiempo de celebrar la victoria del no recomendado en el referéndum griego del domingo, llega la dimisión del ministro de Finanzas, Yanis Varufakis, argumentada a lo Adolfo Suárez para evitar males mayores y ayudar a la buena causa. Se comprueba el grado de confusión, que los combatientes han de dejar paso a los negociadores y los aventureros a los marxistas, a quienes nunca abandona el buen Dios, como dijo el Viejo Profesor Tierno Galván. Toda esta bronca, al borde del abismo, confirma que nadie mata sin herirse y que tampoco la canciller de Alemania, Angela Merkel, va a quedar ilesa. Averiguamos que la insolencia del dimisionario tenía un precio, a pagar por sus compatriotas ajenos a las negociaciones de Bruselas. Grecia vive estos días bajo el síndrome de resistencia de las plazas sitiadas. Pero la exaltación inicial, del cueste lo que costare, se erosiona según pasan los días, cierran los bancos y cunde el desabastecimiento.
Escribía a su madre Francisco I de Francia, prisionero en la torre de los Lujanes tras su derrota en la batalla de Pavía: “Señora, todo se ha perdido menos el honor, que se ha salvado”. Ahora, lo políticamente correcto es sentirse confortados por el triunfo del no, que habría salvado la dignidad de los pueblos de Europa, mientras las precariedades añadidas reposan sobre otras espaldas. Llegados a este punto, Thomas Piketty subraya en su entrevista a Le Monde que se ha traicionado la promesa hecha a los griegos en el 2012 de una reestructuración si lograban un excedente primario, es decir, un superávit presupuestario excluido el servicio de la deuda. Desde otra perspectiva, Jean-Marie Colombani pone de manifiesto la extraña aleación a base de Syriza, la extrema izquierda de Griegos Independientes y los neonazis de Amanecer Dorado, de la que resulta un gobierno incapaz de reducir el disparatado gasto militar y de que paguen impuestos los armadores y la Iglesia ortodoxa, la mayor terrateniente del país.
La polarización política, llevada al límite, ha dejado desierta la tierra de la racionalidad porque todo lo que no sea exasperación visceral se considera alta traición. Desmovilizar a los exaltados será tarea tan necesaria como difícil. Además de que, al otro lado, habrá que persuadir al Bundestag de la vuelta a la mesa negociadora. ¿Demasiado para Merkel? Veremos.