Detectives náufragos
La serie True detective provoca adhesiones y aversiones simétricas. Precisamente por eso se agradece que el planteamiento estético y argumental entre la primera y la segunda temporada incluya bastantes diferencias para mantener la curiosidad, la fidelidad y/o el interés. Personajes y actores distintos para una historia diferente ambientada en un paisaje diferente. ¿Cuál es el nexo entre ambas temporadas? La lentitud narrativa, la reiteración en los personajes atormentados y la complacencia de una estética deliberadamente sórdida que tiene el valor de ser formalmente ambiciosa, incluso cuando quizás no haría falta. True detective también utiliza un recurso perverso: las tramas trenzan un argumento denso y algo confuso pero que logra que el espectador se sienta culpable de no ser capaz de seguirlo con fluidez en lugar de preguntarse si debería pedir el libro de reclamaciones a los guionistas. Redundantemente oscura, y con una obsesión por introducir monólogos introspectivos de textura teatral pseudofilosófica (al límite de la paja mental), la historia describe un santuario de corrupciones cercano a Los Ángeles en el que confluyen detectives marcados por fatalidades, adicciones y sordideces varias. True detective sigue siendo una reflexión sobre el mal disfrazada de intriga policial (o viceversa) y con giros argumentales tallados con sierra mecánica (un recurso que hace pensar inevitablemente en Juego de tronos). El contraste entre la categoría de los ingredientes (guionista, directores, actores) y la perplejidad que la estructura de rompecabezas de muchas piezas puede provocar en el espectador forma parte de su contradictorio y eficaz poder de seducción. EL DOMADOR DE PISCINAS. En estos días de canícula omnipresente en todos los informativos apetece recuperar el programa Piscinas insólitas, que estrenó hace tiempo Discovery Max. El preceptor de piscinas es una figura que convendría tener en cuenta, sobre todo en una sociedad en la que emergen profesiones como la de coach, administrador de Twitter o politólogo anticasta. El preceptor se llama Anthony Archer-Wills y es tan entusiasta y riguroso a la hora de motivar a sus colaboradores e intentar construir piscinas en lugares insospechados que la reacción primaria del espectador es desear que a) caiga al agua y no sepa nadar o b) que la piscina esté llena de pirañas. LLÀCER: MAESTRO DE CEREMONIAS. Johan Cruyff suele decir que no se puede contentar a todo el mundo y que la gracia de jugar bien y ganar es que acabas seduciendo a los espectadores que de entrada estaban predispuestos a criticarte. En televisión hay presentadores que crean esta dualidad. Pienso, por ejemplo, en Risto Mejide o Àngel Llàcer. En el programa Cómics (TV3), Llàcer ha conseguido ser decisivo sin empalagar ni interferir demasiado en el contenido de cada capítulo. El mérito no es solamente de la estructura, sino también suyo, ya que administra con criterio el papel de maestro de ceremonias, quizás porque se siente cómodo en un ámbito, el del teatro, que domina desde hace años. Los amantes de la tele y la radio museística harían bien en recuperar las críticas teatrales que Llàcer hacía en el programa Arteria 33 (con Esther Sardans) en el 33 o las crónicas-críticas del programa Tot és molt confús (con Pere Mas) en Catalunya Ràdio.
Àngel Llàcer ha conseguido ser decisivo sin empalagar ni interferir demasiado en el contenido de cada capítulo