Diálogo de Melos
Uno de los episodios más recordados de la Historia de la guerra del Peloponeso de Tucídides es el diálogo en que se relata la negociación entre los embajadores de Atenas y los dirigentes de la isla de Melos, que habría tenido lugar el verano del año 416 a.C. Los melis, que eran colonos de Esparta, querían mantener su neutralidad en el conflicto que enfrentaba a los espartanos y los atenienses. Los atenienses, en cambio, les querían someter a vasallaje, forzándoles a entrar en la Liga de Delos. Tucídides, contemporáneo de los acontecimientos, no estaba presente en la negociación. Este diálogo, como la mayor parte de los discursos que se encuentran en la obra, es una invención. En este caso, se trata de una invención que ilustra a los lectores de la cruda realidad de la política. Por voluntad de los oligarcas melis, que tienen miedo de que los embajadores atenienses engañen a la multitud con un discurso seductor, el diálogo no se hace a la asamblea, delante del pueblo. Esta decisión permite a los embajadores tomarse el lujo de subrayar que se ahorrarán las referencias hipócritas a la justicia, que sí que habrían hecho ante la asamblea, para centrar el discurso sobre los intereses. Con todo, antes de hablar de los intereses, se complacen en señalar que la justicia sólo interviene cuando hay igualdad de fuerzas, mientras que cuando, como pasa entre los atenienses y los melis, hay un claro desequilibrio de poder, rige otro principio: “Los poderosos consiguen aquello que sus fuerzas les permiten mientras que los débiles ceden”. Este viejo principio del realismo político ha sido también hasta ahora la primera de las leyes de la troica.
El diálogo que se desarrolla a partir de entonces no tiene pérdida. Los atenienses negocian como si los melis sólo pudieran optar entre ceder a las pretensiones de Atenas y sacrificar su soberanía o no ceder y destruir. Y argumentan que es en la primera opción donde coinciden los intereses de las dos partes. Según los embajadores, el fuerte siempre puede aspirar al mejor bien, mientras que el débil tiene que conformarse con el mal menor. Los melis apuntan una tercera opción, que, de hecho, es, como hemos visto, para ellos, la primera: el mantenimiento de la neutralidad, la amistad sin alianza. Pero los embajadores atenienses la rechazan argumentando que aquello que, en realidad, los perjudica no es la enemistad de Melos, una isla insignificante, sino una amistad que podría ser vista como una señal de debilidad por los pueblos sometidos a disgusto al suyo el imperio.
La neutralidad de los melis es, según esta argumentación, un riesgo para Atenas porque podría llevar a estos otros pueblos a sublevarse. La política de Atenas con Melos es, como ha sido hasta ahora la de la troica con Grecia, una política de disuasión para consumo de terceros.
Como ya señaló Thomas Hobbes en el siglo XVII, en su diálogo con los melis, los atenienses sólo estaban interesados en negociar las condiciones de la rendición. Los melis no se rindieron y fueron masacrados. Pero Atenas acabó perdiendo la guerra con Esparta.
El viejo principio del realismo político ha guiado hasta ahora la ley de la troica