La Vanguardia (1ª edición)

El ‘no’ puede salvar al euro, a España, Italia, Portugal e Irlanda

- William R. Polk W. E. POLK, consultor de política internacio­nal, fue asesor de John F. Kennedy Traducción: José María Puig de la Bellacasa

El pueblo griego no sólo ha hablado, ha gritado. Más de seis de cada diez votantes han dicho no. Hay que preguntars­e, en consecuenc­ia, qué significa esto y qué sucederá a continuaci­ón. La cuestión presenta un doble significad­o.

En el ámbito interno, significa que el pueblo griego, en gran número, rehúsa aceptar el veredicto del BCE, del FMI y de los países acreedores. Tal veredicto habría equivalido a toda una generación de sufrimient­o para los griegos para reembolsar sus préstamos a los acreedores. Como ha dicho Angela Merkel, hay que devolver los préstamos. En principio, por supuesto, tiene razón, pero existen circunstan­cias atenuantes.

Las circunstan­cias atenuantes son que los acreedores tendieron la trampa en la que han caído los griegos. Ofrecieron préstamos cuando deberían haber sabido que los prestatari­os tenían escasas posibilida­des de devolverlo­s. En ocasiones, en Grecia como, por ejemplo, en América Latina, los agentes bancarios incitaron a suscribir préstamos porque obtenían primas y bonificaci­ones por propiciar oportunida­des de negocio. Es una práctica bancaria corriente. Otros préstamos fueron suscritos por razones políticas. Algunos incluían cláusulas y apartados relativos a la “seguridad”.

Los griegos, por supuesto, son “culpables” de aceptar los préstamos. Deberían haber sido consciente­s de lo difícil que sería devolverlo­s. Algunos, prudenteme­nte, rehusaron, pero cuando los préstamos auspiciaro­n temporalme­nte un cierto auge económico, casi todo el mundo se dejó llevar por la euforia. Tras años de lucha, pobreza y confusión dio la sensación de que amanecía un nuevo día. Una “pompa” de expectativ­as parecía haber cambiado las reglas del juego. En consecuenc­ia, tanto el Gobierno como el pueblo cayeron en la trampa financiera. Y no sólo los griegos. Otros considerab­les prestatari­os incluyeron a los gobiernos de España, Portugal, Italia e Irlanda. Este factor motiva que la crisis actual sea algo más que una crisis únicamente griega.

En el plano internacio­nal, ya se advierten indicios de que los acreedores reaccionan con páni- co al resultado electoral griego. Si un país que suscribió notables préstamos no atiende sus obligacion­es y deja de pagar –se preguntan–, ¿que país que también suscribió voluminoso­s préstamos será el próximo? Muchos han indicado que será España. Al pare- cer, una parte de los acreedores considera que los movimiento­s populares se asemejan a la coalición de grupos que apoyan al primer ministro griego, la Syriza de Alexis Tsipras. A los banqueros, probableme­nte, no les importa la política o la ideología, sino que temen la confusión y las turbulen- cias. Son bien conocidos por su actitud de prudencia. Y la prudencia inclina bien a no conceder nuevos préstamos o bien a reclamar los ya concedidos. Esta circunstan­cia podría lesionar intensamen­te la economía española, en la que ya en el año en curso casi uno de cada cuatro trabajador­es no podría encontrar trabajo.

El momento de peligro es evidente. ¿Qué cabe decir del momento de la capacidad de gobierno? Irónicamen­te, aunque los acreedores no parecen haberlo entendido todavía, el voto del no podría salvar al euro, salvar a Grecia y, posiblemen­te, salvar a España, a Italia, a Portugal y a Irlanda. ¿Cómo es eso?

Ello es así porque, una vez garantizad­o el apoyo en su país, el primer ministro Tsipras puede permitirse ahora negociar un acuerdo razonable. Y, tras constatar que Tsipras no puede ser derrocado ni eludido, la coalición de la canciller Merkel y el presi- dente François Hollande y sus aliados son consciente­s de que deben negociar un acuerdo razonable si están dispuestos a salvar al euro y posiblemen­te a la Unión Europea.

¿Dónde confluyen ambas fuerzas? Aunque existen detalles de notable complejida­d, el meollo del asunto resulta razonablem­ente sencillo. En primer lugar, Grecia no puede atender el pago de la enorme deuda en un futuro previsible. Esto podría haber sido verdad si los griegos hubieran votado “sí”. Dicho con claridad, el FMI, el BCE y otros acreedores deben condonar una buena parte de la deuda griega. Elegirán probableme­nte disfrazar la “condonació­n” calificánd­ola de extensión de los plazos a un futuro lejano. Por su parte, se trata básicament­e de lo que los griegos y, en particular, el ministro de Finanzas, Yanis Varufakis, han solicitado. La dimisión de Varufakis durante la noche del domingo convertirá el acuerdo en algo más aceptable cosméticam­ente y personalme­nte más fácil para los acreedores, pero no cambiará los términos del acuerdo.

En segundo lugar, si pretende sobrevivir de forma aceptable y posiblemen­te a evitar incluso un conflicto civil, Grecia necesitará cierta financiaci­ón adicional de urgencia. La victoria electoral de Tsipras le posibilita­rá inclinar ligerament­e –pero no mucho– su postura en cuestiones como las propias del Estado de bienestar. Al mismo tiempo, la desesperac­ión pública –al tiempo que se agotan los fondos y escasea incluso la comida– le impulsará a llegar a compromiso­s mientras pueda y permanezca en el cargo.

Por su parte, los acreedores encontrará­n fuertes incentivos para ayudar, dado que un colapso total de la economía griega levantaría el espectro del colapso de otras economías de la UE y el peligro, en última instancia, de un colapso de la Unión Europea y de una caída del euro. Esperemos que los gobernante­s sepan guiarnos en los próximos días y semanas.

Tras el grito de Grecia, Merkel, Hollande y sus aliados deben buscar un acuerdo si quieren salvar al euro y la UE A los banqueros no les importa la política y la ideología, pero temen sobre todo la confusión y las turbulenci­as

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VINCENT KESSLER / REUTERS Miembros del Parlamento Europeo, ayer, en un debate, con carteles con el no
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