La Vanguardia (1ª edición)

Fachada absorbente

- LLÀTZER MOIX

El fallo del concurso arquitectó­nico para la sede del Centro García Lorca, en enero de 2005, trajo una buena noticia. Por dos motivos. En primer lugar, porque parecía que Granada iba a disponer por fin de un buen equipamien­to para honrar la memoria de su poeta. Y, en segundo lugar, y desde una óptica arquitectó­nica, porque aquel concurso se falló en favor del proyecto de Boris Bezan, Mónica Juvera, Héctor Mendoza y Mara Partida, a la sazón cuatro perfectos desconocid­os. Corrían tiempos previos a la crisis económica y parecía que el futuro no era un coto privado o inhóspito. Uno de aquellos Arquitecto­s: MX-SI cuatro jó(Boris Bezan, Mónica venes proJuvera, Héctor Mendocedía de

za, Mara Partida) Eslovenia. Ubicación: Granada. Los otros Pl. de la Romanilla, s/n tres, de Méxi

co. Todos ellos, treintañer­os recientes, habían decidido unir fuerzas ante un concurso que cambiaría el curso de sus vidas.

Rafael Moneo, presidente de aquel jurado, evocó entonces los valores de la plaza de la Romanilla, en el centro de Granada, al pie de la catedral, donde se ubicaría el nuevo centro: un espacio urbano de fábrica tradiciona­l, que se conservaba casi como el poeta lo conoció. “La gran virtud del proyecto ganador –dijo Moneo– es que opta por trabajar el vacío del solar sobre el que se asentará, en un recodo de la plaza (...) Al diluir su arquitectu­ra en este marco cargado de historia, los autores logran lo más difícil: asociarse a la esencia popular, poética y social de Lorca”.

Es cierto que la presencia en tal plaza del proyecto de los jóvenes arquitecto­s, que desde hace años trabajan asociados en el estudio MX–SI, es discreta. O, mejor dicho, relativame­nte discreta. Lo es porque no ocupa una gran superficie de fachada. Y no lo es tanto porque, en lugar de seguir el tradiciona­l orden de niveles de la plaza, por lo general casas de planta baja más tres, apuesta en su fachada cóncava con una gran abertura, por una especie de embudo de hormigón blanco estriado, que ejerce como tal para atraer y absorber al paseante hacia el interior del centro lorquiano, hacia el patio de manzana que ocupa.

En este gesto, a la vez contenido y potente, radica uno de los principale­s aciertos de este edificio, que por una parte conserva el tono tradiciona­l de su enclave urbano y, por otra, imanta poderosame­nte al paseante.

Una vez en el interior, sorprende la secuencia de volúmenes por los que se transita, con resonancia­s de la arquitectu­ra árabe. El primero es un gran vestíbulo que prolonga ya a cubierto el espacio público exterior, y recibe iluminació­n de lucernario­s y de una cristalera. Vienen a continuaci­ón otros espacios a varias alturas, que dibujan una secuencia de compresion­es y descompres­iones. Es difícil imaginar, desde la calle, esta riqueza de espacios (dispuestos sobre cerca de 5.000 metros cuadrados), o las amplitudes que se logran, en un entorno urbano muy denso. Hay, además, ámbitos simbólicos, como el del gran cofre que albergará los manuscrito­s y los objetos lorquianos, suspendido encima de la biblioteca; o el auditorio de unas 400 plazas; o una sala de exposicion­es de casi mil metros cuadrados; o los patios cubiertos con velas para atenuar los rigores veraniegos... La suma de todos ellos da cuerpo a una obra atrevida, con la que MX-SI veló sus primeras armas, antes de conseguir otros encargos en países como Eslovenia o Finlandia.

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