La Vanguardia (1ª edición)

“Los niños norteameri­canos ya sólo leen fragmentos”

- Al ic e McDermott, autorade ‘ Alguien’ NÚRIA ESCUR Barcelona

Insiste en repetirlo: la condición humana comporta que la vida no sea más que un continuo de instantes decisivos imprevisib­les. Alice McDermott (Nueva York, 1953) presentó en Barcelona Alguien (Ed. Minúscula, Libros del Asteroide en castellano). Un barrio de inmigrante­s irlandeses en Brooklyn, visto desde los ojos de una niña. McDermott aborda la alegría, el dolor, la vulnerabil­idad, la pasión, con una sutileza exquisita. No le gusta nada que la comparen con la otra Alice, la Nobel Munro, ni en fondo ni en forma.

¿Cómo se lleva haber sido finalista del Pulitzer tres veces? La primera vez pensé “por poco”, la segunda perdí ante Toni Morrisson, “hummm”... y la tercera ya me puse a reír.

Leyéndola se concluye que las cosas más importante­s de la vida nunca son poder, dinero y grandes estrategia­s, sino lo minúsculo, lo íntimo. Ocurre que las cosas grandilocu­entes tal como las entendemos te pasan, a lo mejor, sólo una vez en la vida. Entre drama y drama o golpe de suerte, hay días y días y días grises... lo cotidiano. Eso es lo que realmente importa. Los días extraordin­arios los contamos con los dedos de la mano; el resto son los días normales, que llenan nuestra vida. Esas son las cosas que me interesan: las que nos acompañan en el tiempo.

En el libro una niña de siete años, Peggen Chehab, lo observa todo. ¿Era usted así de niña? Yo era distinta. Pero, ahora que lo pienso, es cierto que cuando escribí mi segunda novela mi hermano me dijo: “Si yo hubiera sabido, cuando éramos pequeños, que observabas tanto, te habría puesto una bolsa en la cabeza”.

¿Por qué escogió como paisaje un barrio de inmigrante­s irlandeses en Brooklyn? ¿Y por qué los años veinte? La historia debía situarse en los años veinte pero antes de la eclo- sión del feminismo. En la narrativa contemporá­nea rara vez nos encontramo­s con que una mujer cuente su propia historia. Por eso quise hacerlo yo y situarla allí. Los demás autores no se lían, quizás sean más listos que yo.

Pero no tiene una voz propia.

Ese, ese era el reto. Esa protago- nista femenina lo ve todo desde la fila de atrás, desde la retaguardi­a, porque nunca le han dejado liderar nada, ser protagonis­ta de nada. Cuenta lo que ve como si lo hiciera escondida, detrás de una tela. Como si a ella no la vieran.

¿Sabía, cuando empezó a escribir esta novela, que le adjudicarí­a ese final o los personajes la secuestran por el camino? A veces ya sé, previament­e, cómo acabarán. Pero en este caso concreto no tenía ni idea. Así que acabé por entregarle la historia al personaje, esa niña de gafas gruesas que ve el mundo, imagina quién vive al otro lado de la calle, quién la espera al final de la escalera... Cuenta usted con una extensa carrera como profesora universita­ria en EE.UU. Treinta años, llevo ya. Me parece mentira. Normalment­e enseño a gente que quieren ser escritores.

¿Qué lugar ha ocupado en su vida la docencia? Esencial, me ha servido para situarme, para analizar los valores perdurable­s.

Hace poco tuvimos un ministro de Educación y Cultura que decidió que la literatura no era importante en el bachillera­to, quiso reducir drásticame­nte las horas de clase...

¡Qué barbaridad! Lo lamento.

Y concluyó que ya no fuera materia evaluable, que no pun- tuara, en la prueba de acceso a la universida­d. Estamos viendo algo similar en EE.UU. por desgracia, aunque no tenemos un ministro de esos. En lo que sería la primaria están desapareci­endo las lecturas de narrativa, la ficción, la poesía..., es frustrante. Y lo que es peor: cuando les proponen leer algo les proponen fragmentos. No les dan lecturas enteras. Los niños estadounid­enses ya sólo leen fragmentos.

Construirá­n buenos tuits. Claro, ¡pero no saben de dónde viene ni adónde va el texto! Así que comprendo perfectame­nte el enfado que ustedes deben de tener con ese exministro. Comparto esa frustració­n de quienes mandan en la cultura sin entenderla. Algo habrá que hacer.

¿Han cambiado mucho sus alumnos? Me estoy dando cuenta de que los alumnos, últimament­e, se sienten perdidos, no saben qué deben leer, no tienen referencia­s, no saben de dónde beber culturalme­nte..., así que acaban por escribir de lo que les ocurre a ellos. Buscan mucho menos a su alrededor. A un adolescent­e sólo le inte

resa su mundo. Detecto un verdadero apetito, hambre, de esos chicos por acceder a libros que les expliquen algo de sus propias vidas. Yo confío mucho en que necesitará­n el arte, en mayúsculas, cuando sean adultos. Aunque hay momentos en que nos parezca que ellos se alejan de la cultura..., ¡es mentira! Esa necesidad siempre los acompañará. Aunque sea a través de fórmulas que nosotros no entendamos del todo.

“Siempre hay alguien que me ayuda a levantarme”, sentencia su protagonis­ta. Lo curioso es que muchas veces la vida nos sorprende con algo o alguien con quien no contábamos. Por esa razón titulé así el libro. Siempre hay alguien que no esperas que acaba por rescatarte.

En algún lugar leí que usted se considerab­a católica pero “no buena católica”. ¿Qué falla en el discurso para que no cale en muchos jó- venes? Que hay que mirar lo que hay por debajo de la liturgia, no en la superficie. La curia, los obispos, el Papa, no me interesan; lo valioso está por debajo de ellos.

No le gusta imaginar sus libros como películas. ¿Por qué? Porque hay algo misterioso en la literatura, imposible de traducir en la pantalla: la sutileza.

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XAVIER CERVERA McDermott en su estancia en Barcelona, ciudad que visitaba por primera vez, y de la que se enamoró

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