La Vanguardia (1ª edición)

El mecánico y su clienta

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Hace tres años, en la ciudad de Loja, en la provincia de Granada, una señora llevó varias veces su coche al mecánico, por una avería. El mecánico le dijo (a la señora) que cambiaría unas piezas estropeada­s por otras originales. La señora le dijo que nada de originales (supongo que porque le debían parecer demasiado caras) y ella misma le llevó otras de segunda mano. El mecánico las colocó, pero al cabo de poco tiempo la avería volvió a aparecer. El mecánico insistía en que tenían que poner piezas originales. La mujer decía que ni hablar, y le daba otras, también de segunda mano. ¿Resultado? La avería volvía a aparecer. Así han pasado tres años.

Explica la agencia Europa Press que esta situación, repetida una y otra vez, llegó a agobiar tanto al mecánico que decidió destruir el vehículo. Dicho y hecho: en la parte de atrás de todo instaló dos botellas con gasolina, sujetadas con cinta adhesiva y unidas a varias cerillas asociadas a un sistema de ignición simple, formado por una cuerda y un raspador. La cuerda

El mecánico considerab­a que tenían que poner piezas originales; la mujer decía que de segunda mano

iba atada a una de las ruedas posteriore­s, de forma que, cuando el coche se pusiese en marcha, se tensaría y el raspador friccionar­ía las cerillas. La llama de las cerillas haría que la gasolina de las botellas se encendiese. El vehículo se quemaría y así él se vería libre para siempre de aquella pesadilla de coche que no podía reparar adecuadame­nte. Hay que decir, además, que, como la avería no se solucionab­a, la clienta –a pesar de ser la culpable por negarse a poner piezas originales– no le pagaba el trabajo.

El pasado día 9, tras recoger el coche del taller la clienta lo utilizó para llevar a su hija a la guardería. No había recorrido ni un kilómetro cuando olió peste a quemado y vio por el retrovisor que la parte de atrás del coche estaba en llamas. El invento del mecánico había funcionado. En principio; porque la mujer salió del coche, apagó el fuego con un extintor y fue al cuartelill­o a presentar denuncia. Los guardia civiles inspeccion­aron el vehículo –hicieron lo que los periodista­s de verdad llaman una “inspección ocular”– y rápidament­e ataron cabos. Al mecánico le atribuyen el delito de homicidio en grado de tentativa, ya que cuando el auto se incendió dentro estaban la propietari­a y su hija.

Es un caso en el que, a la hora de repartir premios a la estupidez, hay que dar a uno a la mujer, por negarse a dejar que el hombre hiciese bien su trabajo y pusiese piezas originales. Pero el premio gordo se lo lleva el mecánico. No le pasó por la cabeza que, cuando el coche se incendiase, quien estuviese dentro podía acabar mal, ni que el coche no necesariam­ente se quemaría hasta llegar al siniestro total y que, en consecuenc­ia, encontrar los restos de su ingenioso sistema de ignición sería la cosa más fácil del mundo. Tacaña la una, burro el otro.

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