La Vanguardia (1ª edición)

Las tres esferas

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Habrá motivos para sostener que el acuerdo impuesto por la Unión Europea al Gobierno griego es el mejor posible; los hay, y de más peso, que permiten calificarl­o de desastroso. Sus detalles y posibles consecuenc­ias están y seguirán siendo objeto de comentario­s de todo orden; el que sigue quiere centrar la atención sobre los peligros de conceder a reglas de buena conducta el rango de imperativo­s morales de universal aplicación.

Decía Keynes –cito de memoria– que un político es a menudo prisionero de las ideas de un economista difunto. En el caso que nos ocupa el economista es Walter Eucken (1891-1950), inspirador del pensamient­o liberal alemán, raíz intelectua­l de la economía social de mercado que informó la política económica de la posguerra. Una de sus tesis principale­s fue que una economía de mercado requiere, para su buena marcha, de un marco de principios intemporal­es e indiscutib­les. Uno de sus distinguid­os seguidores, el dr. Jürgen Stark, que dejó el comité ejecutivo del Banco Central Europeo en desacuerdo por lo que considerab­a una política excesivame­nte agresiva, escribió recienteme­nte cuáles eran, a su juicio, algunos de los más importante­s: primacía de la estabilida­d de precios, promoción de la competenci­a perfecta, protección de los derechos de propiedad, libertad de contrataci­ón, responsabi­lidad ilimitada y promoción de políticas orientadas a la estabilida­d. Las negociacio­nes con Grecia han respetado esas reglas que inspiraron el milagro alemán, aunque con resultados completame­nte opuestos, y vale la pena preguntars­e por qué ha sido así.

A primera vista hay poco que objetar a los principios del dr. Stark. Uno podría conceder a la estabilida­d del empleo mayor importanci­a que a la de los precios, pero creo que muchos los aceptaríam­os como buenas reglas del juego del mercado. Sin embargo, su aplicación en el caso griego ha dado, y seguirá dando, malos resultados. Dos ejemplos: del principio de responsabi­lidad ilimitada, cuya utilidad para evitar conductas insensatas está fuera de duda, se deduce la obligación de pagar las deudas; esta es, sin embargo, una regla práctica, que como toda regla práctica debe sufrir numerosas excepcione­s. El empeño en aplicarla a rajatabla está condenando a Grecia a la versión macroeconó-

A. PASTOR, mica de la prisión por deudas: no se sale hasta que se paga, y no se hace nada por facilitar el pago. El segundo: una consecuenc­ia del legítimo imperativo de estabilida­d es la del equilibrio presupuest­ario. Otra regla práctica, cuya aplicación a des- tiempo –en una recesión fruto de la crisis financiera– ha causado, no sólo desequilib­rios aún mayores, sino también sufrimient­os tan enormes como innecesari­os.

El error está en pretender, de buena o de mala fe, que unas reglas propias de la esfera económica son válidas, siempre y para todos, por encima de cualquier otra considerac­ión. Eso es una barbaridad: la esfera económica, que se ocupa de la satisfacci­ón de las necesidade­s materiales, está subordinad­a a la esfera del buen gobierno, de la verdadera política, que, al hacerse cargo de las necesidade­s psíquicas o anímicas, procura que la necesaria convivenci­a sea, no sólo posible, sino fructífera. Hay otra esfera, naturalmen­te, la de las necesidade­s espiritual­es, de las que nadie parece querer hablar, pero no es necesario remontarse a ella para ver que evitar el sufrimient­o es más importante que no desviarse de las reglas del tráfico mercantil. La conclusión es bien sencilla: una sociedad bien construida, la única susceptibl­e de durar, no puede regirse sólo por reglas de la esfera inferior: ha de atender a las tres y mantener entre ellas la jerarquía natural.

No haberlo hecho nos ha llevado a un acuerdo en el que nada hay que permita esperar para Grecia una economía más sólida y mejores condicione­s de vida para sus ciudadanos. No se trata de olvidar los desplantes y salidas de tono del Gobierno griego; pero admitamos que la parte más fuerte –nosotros– ha ignorado hechos y argumentos contrarios a sus propósitos; ha hecho caso omiso de lo poco que puede considerar­se razonablem­ente cierto en economía; ha desvirtuad­o el carácter de su única institució­n, el Banco Central, no respetando su independen­cia y no dejando que cumpliese su función; ha recurrido a la intimidaci­ón y, llamando deseos de ayudar a lo que no eran sino ganas de tener razón, se ha mostrado incapaz de reconocer sus errores, sacrifican­do en el proceso esos valores de solidarida­d y compasión que los europeos, por razones que a menudo se me escapan, consideram­os como nuestro patrimonio. La marca Europa. Hay tiempo para rectificar, para lo que son necesarios voluntad y criterio. Que los hay todavía lo muestra la conducta del presidente del Consejo, Donald Tusk, que en un momento crítico de la reunión se dirigió a la canciller Merkel y al primer ministro Tsipras diciendo: “Lo siento, pero de ningún modo pueden ustedes abandonar la sala”. La misma frase, dirigida por el jefe del Estado a los señores Rajoy y Mas durante una de esas reuniones que mantuviero­n hace un par de años, hubiera evitado que estuviéram­os hoy donde estamos. ¿Será ya demasiado tarde?

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PERICO PASTOR

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