La Vanguardia (1ª edición)

Veréis con esperanza

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Veréis con esperanza, asombro, o preocupaci­ón, la gran transforma­ción que ha iniciado la encíclica de Francisco Laudato si’. Su intención se percibe con más claridad después de sus mensajes en Ecuador, Bolivia y Paraguay, y de manera especial en su discurso en el Encuentro de Movimiento­s Populares, continuaci­ón del celebrado en Roma en el 2014, promovido por la Comisión Pontificia Justicia y Paz, que preside el cardenal africano Peter Turkson. El Papa ha proclamado a los católicos y a quienes quieran escucharlo, que “este sistema no se aguanta” y que “necesitamo­s y queremos un cambio”. No son palabras retóricas, menos cuando las ha precedido una encíclica, la forma con la que el magisterio de Pedro se dirige al mundo. Francisco afirma la necesidad de cambio, y se com- promete con él, promoviend­o la “globalizac­ión de la esperanza”, que tiene como ejes fundamenta­les, “la economía al servicio de los pueblos, la paz, y preservar la naturaleza”: “La justa distribuci­ón de los frutos de la tierra y del trabajo es un deber moral, y para los cristianos un mandamient­o”.

Con Francisco hay gente que descubre la doctrina social de la Iglesia, aunque ella está ahí hace mucho tiempo: “En el transcurso de su historia, y en particular en los últimos cien años, la Iglesia nunca ha renunciado –según la expresión del papa León XIII– a decir la palabra que le correspond­e acerca de las cuestiones de la vida social”. Como apuntaba en mi artículo anterior (“Ecología integral”, 29 de junio), lo que nos ofrece Francisco es la continuida­d y renovación que caracteriz­a a la Iglesia en la historia. Claro que también existen diferencia­s. Ningún Papa es igual a otro. Una de ellas es personal. El lenguaje de Francisco es asequible, directo, da más titulares que matices, bordea el riesgo, y esto lo hace mediático. Habla un latinoamer­icano argentino, jesuita, y pastor, mientras que Wojtyla era un polaco, buen filósofo personalis­ta, que vivió la tragedia de Europa y del comunismo desde dentro. Ratzinger, un intelectua­l alemán, y un gran teólogo preocupado por la suerte de Europa.

Francisco hace más visible otra diferencia, que es institucio­nal, de la Iglesia. Su médula ha dejado de ser Europea y se une al mundo emergente. Su presente está en América Latina y su proyección norteameri­cana; su futuro en África y Asia. Este es otro cambio sin parangón en quince siglos.

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