Espejos históricos
La descomposición del Estado de la restauración borbónica había entrado en fase terminal. “Si nuestro pleito está planteado con la mayor viveza, al venir la crisis, nuestro pensamiento se impondrá y, o desde el gobierno o desde la oposición, impondríamos las soluciones autonomistas”. Este era el plan trazado por Francesc Cambó, aún referente principal del catalanismo y prestigioso ministro de Fomento en el Gobierno español. “Conviene que la gente se convenza de que ahora es la hora y que, si perdemos la ocasión, estamos apañados”, razonaba Cambó en carta al conservador Joan Ventosa (la reproduce el profesor Borja de Riquer en el magnífico Alfonso XIII y Cambó). Quizás había llegado la ocasión para forjar un autogobierno sólido.
El 15 de noviembre de 1918 Cambó fue convocado por el rey. Entendió que Alfonso XIII lo invitaba a reconducir el movimiento que quería aprobar un Estatut en Catalunya para que actuara así como un factor regenerador de una situación política estatal empantanada. Él asumiría el reto convencido, además, de que así relanzaría su liderazgo definitivamente. “Las grandes crisis”, afirmó al cabo de cinco días, “se resuelven con grandes audacias”. El 10 de diciembre, con el ánimo del país excitado por la prensa, Cambó defendía el proyecto de Estatut en el Parlamento. “No tenemos derecho a ir a una solución hipócrita porque nos envilecería”.
Al día siguiente esperaba que el conservador Antonio Maura –el político español en quien más confió– mostrara complicidad con sus posiciones. Maura falló y, además, la oposición al proyecto fue mayoritaria. La conclusión, verbalizada el día 12, era clara. “Sus convicciones”, dijo dirigiéndose a la mayoría de la Cámara, “chocan con nuestras convicciones y sus sentimientos con nuestros sentimientos”. Al cabo de pocos segundos él y los otros diputados catalanes dejaban el hemiciclo. Y, constatado que no tenía apoyo alguno del monarca, le envió una carta rotunda. “El resultado de la sesión de ayer significa el fracaso de toda nuestra actuación en la política española y el abandono de toda esperanza que el problema catalán pueda tener la solución en la que había cifrado mis ilusiones”.