La Vanguardia (1ª edición)

Johnson reina en St. Andrews

El estadounid­ense se impone en el playoff y logra su segundo ‘major’ tras ocho años

- MARTA MATEO

Es la milésima de segundo que puede cambiar todo. Toca sentir la brisa del mar del Norte, escuchar el viento y su silbido. Mantener la cabeza fría como la tarde que atiza St. Andrews. Zanjar el debate interno con una rápida respuesta. Zach Johnson, de 39 años y campeón del Masters de Augusta en el 2007, mira a su derecha y ve a un Marc Leishman al borde del colapso. Aunque sea el play off, el estadounid­ense sabe que el australian­o ya no es rival porque en tres hoyos ha embocado dos bogeys. Mira a su izquierda y ve a Louis Oosthuizen, el último hombre capaz de descifrar los secretos del Old Course. El sudafrican­o roza el par en el temido 17… pero se escapa. Los aplausos estallan cuando el trío se dirige al hoyo definitivo, el 18. Con un golpe de ventaja, Johnson tiene en su mano hacer historia. Y no falla. Con dos birdies en el desempate final, pero sobre todo, con un sensaciona­l 15 bajo par previo, Zach reina en St. Andrews cuando cae la tarde. “Es surreal”, dice el campeón entre lágrimas.

Una mentalidad de hierro se antojó imprescind­ible para la victoria. Jordan Spieth y Jason Day acecharon durante horas a Johnson, Leishman y Oosthuizen, pero se quedaron a un golpe del play off. “Perseguimo­s ese trocito de inmor- talidad, un lugar en la historia”, había anunciado Day en la previa. Sin embargo, la historia deberá esperar para este aussie y sobre todo para Spieth, que estuvo a centímetro­s de la gloria del triplete y la opción del Grand Slam. Pareja en la última jornada, los dos fallaron el putt del hoyo 18 que les hubiera llevado al desempate.

La jornada dio honor al nombre: Manic Monday. El lunes frenético no dio apenas respiro, con los jugadores retando tanto a compañeros de dupla como a grupos perseguido­res. La estrategia era clara: riesgo máximo en los primeros nueve hoyos, con birdies por doquier y evitar los bogeys en la segunda parte de la ronda, asegurando el colchón fabricado en la mitad inicial. Las malas condicione­s meteorológ­icas, con fuerte viento y lluvia, no empañaron el día decisivo y Johnson fue más creativo, atrevido y sólido que el resto.

“¡Vamos Sergio, vamos!”, rugían antes los fans de Sergio García, que devolvía los ánimos con cuatro espectacul­ares birdies en los primeros nueve hoyos, de manera que se colaba en el grupo de contendien­tes más firmes. A pesar de tener uno de los mejores registros previos en el recorrido de vuelta a la Casa Club, las dudas invadieron al español en la parte más compleja y sus decisiones entraron en terreno movedizo. De grandes golpes, sacando bolas del búnker, a putts cortos que se es- capaban por milímetros, el castellone­nse se estancó y borró su nombre de la lista. Tan cerca estuvo que ver acabar sus sueños en papel mojado le llevaron a un bucle de imposible salida con una sexta plaza que le supo a poco.

La experienci­a y el manejo de las expectativ­as pesaron más que nunca en el Old Course. La risa histérica de Paul Dunne, el amateur que había dormido líder el domingo, era puro reflejo de la presión. Sus nervios le condenaron de inicio. Fue una montaña rusa de emociones y el peso de la responsabi­lidad hundió sus opciones de campeonato con 78 golpes llenos de aire novato. No sólo perdió la medalla de oro, que se hubiera llevado en caso de coronarse, sino también la medalla de plata al mejor aficionado dejó de ser suya. Jordan Niebrugge se la arrancó con una tarjeta final de 11 bajo par. El irlandés, sin embargo, no perdió la sonrisa. “Es una anécdota que podré contar cuando tenga 70 años. Sentado en el pub, con una pinta en la mano diré: ‘Lideré el Open’”.

Zach Johnson, el Johnson a quien nadie esperaba en Saint Andrews, tendrá un final mucho mejor. Desde hoy y para siempre, podrá vestirse una chaqueta verde y besar la jarra de clarete.

“Es surreal”, dice el campeón entre lágrimas después de superar a Leishman y Oosthuizen

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