La cueva interminable
Un equipo de espeleólogos explorará este otoño los límites de la enorme cavidad subterránea que se esconde debajo de Tarragona
Tras una galería romana esculpida en la roca se esconde la cueva urbana de Tarragona. La cavidad se descubrió por casualidad en noviembre de 1996 al construirse un parking en la calle Gasòmetre. Desde entonces, la Societat d’Investigacions Espeleològiques de Tarragona (SIET) ha organizado varias expediciones para descubrir los límites de una cueva subterránea que recorre más de 300 metros lineales bajo la ciudad, a 30 metros bajo el asfalto. “Hay muchas incógnitas pendientes”, explica Josep Lluís Almiñana, presidente del SEIT. Para intentar despejarlas, la entidad prepara una nueva exploración para este otoño. El objetivo es concretar las dimensiones de la cueva y descubrir si hay otras vías de acceso.
Desde un trastero del aparcamiento subterráneo de ese edificio se accede a la cavidad, que se ha convertido en un referente para la iniciación en el mundo de la espeleología y el espeleobuceo, puesto que la mayor parte de las salas y galerías están inundadas. Para dar a conocer la cueva al público y a la vez, obtener ingresos para poder mantenerla en condiciones y explorarla, desde hace diez años el SIET organiza visitas guiadas. Se impusieron un límite de entradas pa- ra no causar excesivas molestias a los usuarios del parking. Las visitas son en un grupo de máximo diez personas y, como mucho, se hacen dos entradas a la semana.
En lo que va de año 132 personas han entrado en la cueva. “Hay de todo, familias, grupos de amigos... la edad mínima es de 12 años y les sacamos una licencia federativa temporal”, explica Sergi Granados, miembro del SIET y uno de los guías habituales de la entidad. La aventura comienza en un trastero del aparcamiento reconvertido en vestuario, donde los visitantes se enfundan los trajes de neopreno. Una vez equipados entran a la cueva por un agujero que hay en una estancia anexa. Unos peldaños de acero incrustados en la roca dan acceso a la galería romana, desde donde una cuerda fija facilita el recorrido a través de galerías inundadas hasta llegar a la sala bautizada como Josep Maria Forné. Desde ahí, dos galerías conducen a la Sala Maginet y luego más galerías hasta una gran cavidad inundada: la sala Rivemar, que marca el final de la visita turística y el principio para las expediciones profesionales.
“Las exploraciones sólo pueden hacerlas buceadores con mucha experiencia en el mar, en cuevas y en salir de noche”, explica Albert Pradillo, un experto buceador que durante la última incursión de la SIET se adentró en nuevas galerías, lo que implica bucear (hasta a 30 metros de profundidad) o escalar por las resbaladizas paredes de los pozos. “Por cada espeleólogo que explora se necesitan cinco portadores para trasladar todo el material hasta la sala Rivemar”, dice Almiñana. Se requieren cuerdas, botellas, reguladores, plomos, fuentes de luz... Durante los últimos años, los espeleobuceadores han intentado localizar nuevas galerías de acceso a la cueva. Por ejemplo, desde la plaza de la Font, donde hay un pozo con una grieta de unos 40 metros, pero resultó demasiada estrecha.
Los espeleobuceadores recorrerán nuevas galerías para intentar localizar otros accesos En lo que va de año 132 personas han recorrido, con guías, parte de la cavidad