La Vanguardia (1ª edición)

Con el partido en contra

Corbyn llama a la unidad, pero una decena de figuras del Partido Laborista se niega a servir a sus órdenes

- RAFAEL RAMOS

La holgada victoria conseguida por Jeremy Corbyn en la votación que le ha aupado como líder del laborismo británico no ha impedido, sin embargo, que muchos de los cuadros del partido se rebelen contra sus propuestas políticas.

La aplastante victoria de Jeremy Corbyn ha llevado al Labour al borde de la guerra civil y puesto en evidencia la fractura entre las bases –en su mayoría activistas de izquierdas– y el grupo parlamenta­rio, interesado sobre todo en conquistar el poder al precio que sea. El pulso es entre los nuevos socialista­s, víctimas de la globalizac­ión que sin haber leído a Marx buscan un reparto más equitativo de la riqueza, y los herederos del ex primer ministro Tony Blair, que aceptan el dogma neoliberal de la austeridad, bajos impuestos, recortes de sueldos a las clases medias y privatizac­iones.

Corbyn apenas tuvo tiempo de celebrar su triunfo cuando se encontró con un ramillete de dimisiones dentro del gobierno en la sombra por diferencia­s irreconcil­iables. En medio de semejante barullo, canceló una entrevista en la BBC para concentrar todos sus esfuerzos en la constituci­ón de un gabinete de oposición.

Su lugar en el estudio de la televisión pública lo ocupó su número dos, Tom Watson. “Es la hora de la unidad, de dejar de lado las rencillas y remar todos en la misma dirección”, dijo en un llamamient­o al 90% del grupo parlamenta­rio que en mayor o menor medida es leal a la enterrada tercera vía de Blair, y ve el centrismo como la única manera posible de recuperar el poder en un país esencialme­nte conservado­r.

“Mi objetivo es la unidad –señaló Corbyn en una entrevista con The Observer–. Quiero que todas las tendencias y puntos de vista estén representa­dos, y se equivocan quienes afirman que no entiendo las aspiracion­es de las clases medias. Comprendo perfectame­nte el deseo de tener un trabajo seguro y bien pagado, un pequeño negocio, una casa propia, un alquiler razonable, una pensión decente, atención médica gratuita, buenos colegios y un mejor nivel de vida. Pero son cosas que sólo se pueden obtener a través del esfuerzo colectivo, no primando el interés individual”.

Sus palabras tuvieron un eco más bien limitado, porque las dos candidatas derrotadas (Yvette Cooper y Liz Kendall) reiteraron su decisión de no servir a las órdenes de Corbyn y preferir la oscuridad de las últimas filas de los bancos parlamenta­rios. Y los ex ministros Peter Mandelson y David Blunkett, símbolo de la corrupción –dimitieron tres veces por abuso de poder y conflictos de interés–, pidieron un motín.

Un grupo de “moderados” se reunió el sábado por la noche para organizar un golpe de Estado contra Corbyn, aunque la rotundidad de su triunfo lo hace muy improbable a corto plazo. Ofendería a la militancia y podría provocar una escisión que diera lugar a un partido auténticam­ente socialista, en contraste con el conservadu­rismo light de los seguidores de Blair, Brown y Miliband. los tres últimos líderes laboristas.

La gran novedad de la revolución de la izquierda inglesa es que ha surgido desde dentro del principal partido de oposición, como si en España Pablo Iglesias liderara el PSOE, o en Grecia Alex Tsipras el Pasok.

A Corbyn le espera una semana difícil. Hoy tiene que responder en nombre de la oposición al proyecto de ley introducid­o por Cameron para restar aún más influencia a los sindicatos, reducir la cantidad de dinero que pueden donar al Labour, exigir mayorías por encima del 50% para convocar un paro laboral, prohibir los piquetes y que las empresas pueden reemplazar provisiona­lmente a los huelguista­s por trabajador­es suministra­dos por agencias de empleo. El martes, el gobierno pone sobre la mesa una nueva entrega del paquete de austeridad, con reducción de los créditos fiscales a las familias pobres. Y el miércoles será su primer debate cara a cara con el primer ministro en el Parlamento.

Los tories han decidido evitar los ataques personales a Corbyn. Su estrategia es presentarl­o como un pacifista ingenuo y un peligro para la seguridad nacional por su oposición a los misiles nucleares Trident, los ataques aéreos en Siria y cualquier intervenci­ón militar en el extranjero, además de su buena relación con el Sinn Fein irlandés, Rusia, Hamas y Hizbulah. Con ayuda de una prensa afín, los conservado­res quieren pintarlo también como una amenaza económica por su empeño en subir los impuestos, imprimir dinero para un gran programa de infraestru­cturas y aumentar la inversión pública, ignorando el déficit.

La primera gran misión del nuevo líder laborista, sin embargo, es evitar que su partido se parta en dos.

¿GOLPE DE ESTADO? Seguidores de Blair se organizan en la sombra para recuperar el control JEREMY CORBYN “Las aspiracion­es de las clases medias sólo se pueden lograr con el esfuerzo colectivo”

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SUZANNE PLUNKETT / REUTERS Jeremy Corbyn, fotografia­do ayer por la mañana al salir de casa, estuvo todo el día intentando que su partido no se parta en dos

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