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La elección de Jeremy Corbyn como nuevo líder del Partido Laborista británico; y el inicio del curso escolar.
JEREMY Corbyn, 66 años, marxista de viejas convicciones, vegetariano y abstemio, antibelicista y euroescéptico con una UE que, según él, sólo representa los intereses de las grandes corporaciones, cuya única distinción hasta ahora es haber sido nombrado la mejor barba de los Comunes en cinco ocasiones, ha sido elegido en primera vuelta y con un apabullante resultado sobre sus rivales –casi el 60% de los votos de los militantes– nuevo líder del Partido Laborista británico. Más que un giro a la izquierda, su elección representa una gran ola que barre sin remisión la tercera vía que, de la mano de Tony Blair, emprendió a principios de los noventa del siglo pasado la reconquista del centro político británico abandonado por Margaret Thatcher, la aceptación por el socialismo de las bases de la economía de mercado y que supuso, en definitiva, la llegada laborista al poder entre 1997 y el 2007. El triunfo de Corbyn abre una nueva etapa que se mueve entre las recetas del más tradicional socialismo europeo y el apoyo de las nuevas generaciones que la crisis económica ha dejado en la estacada.
La fulgurante salida de Corbyn del casi anonimato en que se ha movido durante 33 años, en los que ha asumido el papel de mosca cojonera del laborismo –ha llegado a votar en quinientas ocasiones contra las directrices de su partido en los Comunes–, hasta su incuestionable victoria del sábado, abre tantas reflexiones como incógnitas. Por ejemplo, las razones por las que en un país tan centrado, democrático y maduro como el Reino Unido, una parte importante y fundamental de la sociedad se decante por un outsider que espanta al establishment de su partido y del país entero. O por qué se ha elegido para tan destacado papel a un político cuyas recetas parecen extraídas de la historia del siglo XIX más que del XXI, como son las nacionalizaciones de los servicios básicos. Por no hablar de sus simpatías por movimientos como Hizbulah o Hamas.
Por supuesto, los británicos no se han vuelto locos y la elección del personaje Corbyn se justifica por la existencia de un sustrato social muy hondo y generalizado, basado en el malestar por una crisis cuyas consecuencias son una desigualdad galopante, la pérdida de perspectivas entre los jóvenes y unas recetas políticas, ortodoxas e inamovibles, que han asfixiado a una parte de la población. Aunque haya la tentación de comparar a Corbyn con Syriza y Podemos, el contexto en el que aparece es radicalmente distinto.
Las incógnitas más destacadas de esta elección son si Corbyn podrá evitar la división del laborismo frente al que representa Blair y si logrará llegar al 2020, fecha de las próximas legislativas, con opciones para desbancar al conservador Cameron. Lo tendrá crudo, porque los ataques para desacreditarlo no se han hecho esperar. La prensa británica, en su mayoría conservadora, le recibió ayer con epítetos como dinosaurio o rojo y le acusó de provocar una “guerra civil” en el laborismo. El primer ministro escribió en su cuenta de Twitter que, con la elección de Corbyn, el laborismo se ha convertido “en una amenaza nacional”. Pero cuanto más desaforados sean los ataques, más se fortalece al personaje. Otra cosa serán las zancadillas que tendrá que sortear en los Comunes, cuando tenga que enfrentarse a cuestiones tan polémicas para los británicos como los refugiados, la guerra contra el Estado Islámico, el referéndum para seguir en la UE o las soluciones para salir de la crisis. Ahí se verá el calado de Jeremy Corbyn.