Lo peor está por llegar
Hace décadas que no hay guerras convencionales entre estados en Oriente Medio. En 1988 concluyó las más larga y cruel, con un millón de muertos, en la que combatieron dos países musulmanes, el Iraq árabe y el Irán persa.
En 1973 se enfrentaron, por ultima vez, ejércitos árabes de Egipto y Siria con soldados del Estado judío. El verano de 1990 Iraq ocupó Kuwait , lo que provocó un año después la guerra de Estados Unidos contra el régimen de Sadam Husein, y en el 2003 se consumó el definitivo ataque no para derrocar su régimen, sino para destruir y descuartizar Iraq.
Desde entonces lo que hay son las llamadas “guerras asimétricas” entre palestinos e israelíes, combatientes libaneses de Hizbulah y el ejercito israelí, milicias de toda calaña contra las tropas de Libia, de Siria, de Iraq y del Yemen; yihadistas, protegidos de Arabia Saudí y Qatar, que imponen su terror en regiones sirias e iraquíes, o que luchan en el Sinaí contra el ejército de Egipto.
En 1970 el conflicto primordial de Oriente Medio giraba en torno a la ocupación israelí de Palestina, secuela de la guerra de los Seis Días de 1967, entre los países árabes e Israel. Era considerado “el corazón” del problema de Oriente Medio, no sólo por razones nacionales y estratégicas, sino porque atañía a la religión del islam en Jerusalén, la ciudad tres veces santa. Pese al fracaso de la negociación de paz y a la marginación del conflicto, a raíz de las primaveras árabes y sus nefastas consecuencias, es indiscutible que sin su solución no habrá paz en la región.
En este periodo histórico tiene lugar la revolución islámica de Irán, en 1979, que da el espaldarazo a las poblaciones musulmanas chiíes sometidas a las suníes. Alentadas por el nuevo régimen de Teherán, los chiíes entran con fe y con impulso en la edad contemporánea de la región. La rivalidad entre el nuevo Irán de Jomeini y la Arabia de los saudíes, protegida de EE.UU., configurara en gran parte la compleja situación actual de permanentes violencias, aunque sea también consecuencia de otros muchos factores políticos, religiosos, económicos, así como las determinantes injerencias de las potencias extranjeras.
Hace medio siglo, bajo dictaduras militares árabes, bajo el imperio bipolar de EE.UU. y la Unión Soviética, los países del Oriente Medio se mantenían en equilibrio, roto de vez en cuando por golpes de Estado, asesinatos y violencias políticas, la amenaza latente de guerra con Israel.
Aún estaban vigentes modelos ideológicos de tendencia progresista, laica, con influyentes gobiernos en Egipto, Siria, Iraq y Libia. Sin embargo, a partir de los años ochenta, Arabia Saudí comenzó a exportar, gracias a los petrodólares, las doctrinas oscurantistas del islam. No hay duda que la corrupción, el despotismo de estos regímenes, facilitó el camino a las nuevas generaciones de yihadistas, que se inspiran en la Edad Media, pero que manipulan con extrema pericia los instrumentos tecnológicos más perfeccionados de nuestro tiempo.
Lo peor está por llegar en Oriente Medio. Estados Unidos y Rusia rivalizan en los frentes militares, sobre todo en Siria donde los rusos han aumentado su presencia militar. Nada induce a creer que puedan avenirse a un compromiso que por lo menos sirva para aliviar a la población, víctima de los estragos de la guerra. Los poderes regionales, Arabia Saudí, Irán, Qatar, Turquía e Israel están enzarzados, aquí y allí, en inextricables luchas. “El enemigo de mi enemigo son mis amigos”, reza un proverbio árabe.
Las peripecias en los campos de batalla en Siria, en Iraq, en Yemen, cambian cada día. Gobiernos europeos bombardean bases de los bárbaros del islam, arman y financian a grupos combatientes aliados, sin resultados efectivos en el terreno, adonde no se aventuran a enviar sus tropas. El Estado Islámico se consolida, avanza. Ya se habla de su proyecto de establecer un banco, y en Siria acaba de apoderarse de plantaciones de algodón, que quiere comercializar. Esta violencia engendra más violencia y terror.
A los que deciden las guerras no les hace mella las muertes y devastación de sus poblaciones. Oriente Medio se ha convertido en un infierno inextinguible y banal. Sus causas son profundas, se remontan a décadas pasadas, a los acuerdos coloniales de división de sus pueblos, a la creación del estado de Israel, a la manipulación política del islam, a los frecuentes ataques militares estadounidenses, a la corrupción de sus élites gobernantes, a sus identidades asesinas, a la explosión demográfica, a la pauperización. El único conflicto que se trata de resolver con negociaciones es el nuclear iraní, que todavía necesita tiempo para ultimarse. Oriente Medio seguirá siendo, durante muchos años, un estallido de horror.
Oriente Medio es hoy un estallido de horror y lo seguirá siendo muchos años; las causas son profundas