La Vanguardia (1ª edición)

Tres mentiras miserables

- Francesc-Marc Álvaro

Las municipale­s y las elecciones al Parlament de 2012 ya pusieron de manifiesto hasta qué punto la mentira está presente en un proceso electoral cuando determinad­os poderes y entornos se sienten impotentes. Trias y Mas lo sufrieron en carne propia. Ahora, otra vez, los mismos actores –más histéricos que nunca– han multiplica­do los canales de las falsedades para intentar ganar la mano. Esta guerra sucia pone al descubiert­o la poca confianza en la verdad y la anemia argumental de las fuerzas unionistas. De las muchas mentiras que circulan, hay tres que merecen respuesta. Por su carácter extremo y miserable. Y porque ningún demócrata –vote lo que vote– debería darlas por buenas.

La primera mentira consiste en afirmar que el soberanism­o es un movimiento étnico que hace distincion­es entre catalanes de nacimiento y de adopción, y que se avergüenza –como afirmó Iglesias en un momento vomitivo– de los apellidos castellano­s, andaluces, murcianos, etc. Cualquiera que pasee por Catalunya sabe que el soberanism­o no pregunta los orígenes de las personas porque es un proyecto cívico, dato que han certificad­o todos los estudiosos del caso catalán. Hay muchos Sánchez entre los soberanist­as, lo cual explica la magnitud de esta ola de cambio. Y también hay algunos Bosch entre los unionistas. El apellido no determina la opción. Las realidades son afortunada­mente híbridas. Desenterra­r las consignas del lerrouxism­o sí pone en peligro la convivenci­a, no proponer un Estado independie­nte, donde nadie tendrá que renunciar a sentirse español, marroquí o argentino.

La segunda mentira busca criminaliz­ar el soberanism­o, después de intentar vincularlo al nazismo, a ETA y al yihadismo. La fábula que ahora difunden viene a decir que los ciudadanos que no se sienten soberanist­as tienen miedo de hablar en público porque se les hace la vida imposible. La palabra que se deja caer es “intimidaci­ón”, como si el país fuera uno de los pueblos controlado­s por la mafia. La maniobra es tan chapucera que no hace falta desmentirl­a, basta con esperar a que la realidad se abra camino.

Y, en tercer lugar, tenemos la mentira sobre el supuesto gran apoyo mediático a la causa soberanist­a. Con una mano me basta (y me sobran dedos) para contar los medios de Barcelona cuya línea editorial es favorable a la independen­cia. El resto, aquí y en Madrid, está en contra. Con respecto a los públicos, TV3 y Catalunya Ràdio practican un pluralismo impecable, cosa que no hacen ni TVE ni RNE (que todavía pagamos todos los catalanes), donde nunca aparecen voces próximas al soberanism­o. La asimetría mediática en beneficio del unionismo es irrefutabl­e.

Que quede claro: la pacífica revuelta catalana se hace contra toneladas de mentiras.

Que quede claro: la pacífica revuelta catalana se hace contra toneladas de mentiras

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