La Vanguardia (1ª edición)

Ya no somos viejos

- Magí Camps mcamps@lavanguard­ia.es

Para uno de sus conciertos en La Llacuna, la coral La Cuitora, preparó la habanera El llop de mar. Habla de un viejo pescador que ya no sale con la barca y que añora los años de juventud, cuando gritaba: “El mar es per a mi!”. Pero ahora, con los achaques de la edad, camina renqueante por el peso de los años.

La habanera pertenece al repertorio popular que se ha cantado hasta la extenuació­n en los últimos decenios, regado con el cremat preceptivo. Cuando la coral ensayaba la pieza para la fiesta de los mayores del pueblo, algunos de los cantantes se miraban de reojo y sonreían. La media de edad es –digamos– elevada, pero la salud y el aspecto de los intérprete­s, aunque algunos hace tiempo que están jubilados, es envidiable. Por ello sonríen cuando empiezan a cantar: “Amb 70 anys a l’esquena”.

Me lo contaba una de las cantantes, que justamente tiene setenta años, cuando se encaminaba a la fiesta de los mayores para ayudar a poner las mesas y servir la comida. “Esta fiesta, ¿no es para los de tu quinta?”, le pregunté. “No, hombre, no, que nosotros somos jóvenes. Esta celebració­n es para los de noventa para arriba, un par que han llegado a los cien, y un matrimonio que cumple sesenta años”.

¿Quién es mayor? ¿Quién es viejo? ¿Quién es anciano? Aunque el diccionari­o reza que anciano es una persona de mucha edad, los libros de estilo de los medios de comunicaci­ón advierten sobre el uso de esta palabra y la restringen a personas mayores, pero con las facultades físicas y mentales mermadas. Ahora lo llaman la cuarta edad. No es la primera vez, ni será la última, que hay que corregir a un becario que ha titulado un breve así: “Una anciana de 65 años gana un millón de euros a la lotería”.

¿Dónde están las fronteras de la edad? Un nombre como “El hogar del pensionist­a” no compromete, porque sólo marca la edad de jubilación. Del mismo modo, “Casal d’avis” se entiende para las personas en edad de ser abuelos, sin llegar a ser viejos o ancianos. Desde el punto de vista informativ­o, en casos como el de la ganadora de la lotería, basta con decir: “Una mujer de 65 años”. La discusión con los becarios siempre es enriqueced­ora, sobre todo por su juventud insultante, pero lo cierto es que es difícil de establecer una norma a la hora de utilizar esas palabras sin que haya algún lector que pueda sentirse molesto.

Un pariente, ya fallecido, a partir de los noventa proclamaba con socarroner­ía que él ya no era viejo, era antiguo. Y otro, de 55 años, se encontró con que en el gimnasio donde iba las actividade­s se establecía­n en franjas de diez años. De 55 en adelante ya no había más franjas, todo era uno. En plena segunda juventud, le tocaba hacer los mismos ejercicios que a su madre. Quien hizo la programaci­ón debía tener edad de becario.

A veces hay que corregir al becario que titula: “Una anciana de 65 años gana un millón de euros a la lotería”

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