Irreconocibles
José Mourinho y Louis van Gaal sorprenden con su cambio de actitud
En territorio desconocido, José Mourinho está irreconocible. Su Chelsea ha sumado cuatro puntos de los 15 posibles, el peor inicio de temporada de los blues desde 1986. Saber por cuánto tiempo Roman Abramovich, dueño del club londinense, mantendrá la paciencia se vuelve incógnita. Y sin embargo, el portugués sonríe. Extrañamente, no hay respuestas agrias o miradas desafiantes. Tampoco insinuaciones de conspiración. “Hay gente que debe estar muy contenta con mi actual situación, viéndome perder. Fair Play. Que lo disfruten”. Su frase en papel podría entenderse como un chispazo de soberbia, una grieta en su nuevo caparazón. Pero en su tono hay hastío. Mourinho, a día de hoy, transita en una contradicción inédita. Está frustrado pero tranquilo. Optimista pero triste. Convencido de que habrá reverso pero inquieto con el ahora.
“Es una cuestión de momento. No de trabajo. De lo que estoy seguro es que somos claros candidatos a ganar el siguiente partido”, lanza el técnico, que recibirá a Arsène Wenger y el Arsenal el próximo fin de semana. Un derbi de Londres que en Inglaterra etiquetan de make or break. O un punto de inflexión o un naufragio irreparable.
El momento al que hace mención el entrenador luso implica un Cesc Fàbregas estéril en ideas, un Thibaut Courtois lesionado por más de dos meses y un Pedro Rodríguez o un Diego Costa incapaces de superar a porteros inspirados. “No les toquéis. Tocadme a mí”, dispara entonces Mourinho, que ha pasado de señalar a proteger. Tal es la coyuntura actual de los blues, que hasta el programa informático con el que preparan partidos se ha desconfigurado.
Mourinho, sin embargo, no se desprende de sus viejos hábitos. Ha incorporado nuevos matices a sus intervenciones, sí, pero cuando su posición se pone en duda, el manager vuelve al origen. A su yo de siempre. “Son los peores resultados de mi carrera, resultados que no se adaptan a mi calidad o estatus. No siento presión porque sé que soy la persona idónea para dirigir al Chelsea. No hay nadie mejor que yo para el puesto”.
Trescientos kilómetros al norte, en Manchester, Louis van Gaal también camina en territorio desconocido. Los dos capitanes de su Manchester United han puesto en duda su método, han contradicho sus decisiones y le han plantado cara, hartos de su sistema “militarístico”, como una vez definió Johan Cruyff. Pero el Tulipán de Hierro, igual que su amigo José, está irreconocible. “Para mí es algo bueno. Rooney y Carrick han venido a mí porque quieren ayudar. Les he escuchado atentamente, he tenido en cuenta sus comentarios y he intentado cambiar algunas cosas”, explica el holandés, que se defiende: “No soy un dictador, soy un comunicador”.
Ni arrebato de ira. Ni castigo por indisciplina. Ni siquiera un toque de atención. Van Gaal ha querido escuchar a los líderes de su plantilla. Ha decidido compartir su planteamiento del partido con sus chicos y que estos le rebatan en aquello en lo que discrepen. “Si es un muy buen argumento, cambiaré lo que me pidan”, explica el técnico, dejando entrever la dificultad que implica convencerle.
A diferencia de lo que acontece en la capital, Van Gaal debe calmar las aguas de puertas para adentro, porque en el campo, las respuestas van llegando. Le dio la titularidad a David de Gea tras el serial con el Real Madrid. Lo hizo el día del clásico ante el Liverpool y voilà, funcionó: paradas de mérito y ovación cerrada para el guardameta. Hizo debutar a Anthony Martial en la segunda parte. ¿Y qué hizo el teenager más caro de la historia de la Premier? Firmó un golazo ante el eterno rival en una presentación en sociedad insuperable. A cinco puntos del líder, el vecino City, los
red devils no se ahogan en aguas turbulentas.
Unidos por un ascendente moral muchas veces catalogado como arrogancia, Mourinho y Van Gaal han sorprendido por sus inesperados cambios de actitud. En Inglaterra, sin embargo, no creen en la transformación. Aquí lo tienen claro: José y Louis son genio y figura.