Viaje al interior de la mente (culé)
Victoria de autoridad contra el Atlético y la oportunidad de disfrutar de un fútbol intenso y entretenido. El criterio del árbitro, incapaz de pitar cuatro penaltis de apariencia irrefutable, es la consecuencia de un reglamento atrofiado por exceso de interpretación. Y es una lástima, ya que el mismo partido con cuatro lanzamientos de penaltis habría proporcionado aún más emoción al espectador. Aparte de la lesión de Vermaelen, el guión del partido fue casi perfecto para el Barça.
La ausencia de Messi en la alineación activó el tipo de debates que la mayoría de culés detestan y, al mismo tiempo, necesitan. El protocolo mental de la suspicacia barcelonista sigue un patrón tradicional. Ante una noticia como esta, la primera reacción es buscar precedentes dramáticos. Por suerte, teníamos uno bastante reciente: Anoeta. Pero como regodearse en el pasado autodestructivo es una actividad demasiado simple, los culés enseguida encontramos el modo de darle la vuelta. Y, para enriquecer nuestra combustión mental, añadimos un pensamiento que podríamos resumir así: “Vale, Anoeta fue una catástrofe, pero también fue el principio de una remontada que culminó con tres títulos, cuatro meses de buen fútbol y el espectáculo del Messi más maduro”.
Pero la suspicacia es una gran superficie en constante expansión. Y la incertidumbre de cómo la ausencia de Messi afectaría al equipo nos permitió afrontar la primera parte con suficiente munición argumental (a favor y en contra) para salir airosos de cualquier debate. Evidentemente, no dejamos de comparar nuestro 0-0 provisional con la goleada del Madrid en Cornellà, como si marcar tres goles en veinte minutos fuera obligatorio. Y entonces, en un momento crucial de la dramaturgia, llegó el gol de Torres. ¡Cómo nos gusta lamentarnos de los goles de Torres! ¡Con qué energía enfermiza sacamos del baúl de los recuerdos los precedentes de otros goles de Torres igualmente inoportunos! ¡Y cómo nos gusta repetir que está acabado, quien sabe si para negar la evidencia de una eficacia goleadora tan selectiva como la sanción mutante de la FIFA!
Y aquí el fútbol volvió a darnos una lección. Cuando, tras el gol de Torres, acabábamos de activar alarmas oportunistas, Neymar no tardó nada en marcar el empate. Y no lo hizo de cualquier manera sino que, fiel a la ética de la estética que le define como jugador, lanzó una falta con una categoría técnica y una elegancia plástica que justifican la parte de su contrato que se esconde en los agujeros más negros de nuestro universo. Y algunos, anclados en un principio de decadencia que intenta compensar la euforia de las nuevas generaciones, pronunciamos una frase que nos retrata: “El empate es un buen resultado”. Y entonces salió Messi. ¿Qué hicieron muchos culés? Comprobar si estaba triste, enfadado o ausente (es una tradición: antes de salir de casa, los culés miramos qué cara pone Messi para saber si será un buen día o un día de perros; y en general, los días son magníficos).
Enseguida guardamos para otra ocasión los argumentos polémicos y las leyendas disciplinarias porque percibimos que Messi tenía ganas de gustarse y de gustar y parecía especialmente motivado. ¿Podíamos interpretarlo? Por supuesto: el día antes había nacido su segundo hijo y eso nos permitió especular sobre el deseo de dedicarle un gol. Y Messi no falló. Marcó el gol decisivo, buscó la cámara para inmortalizar
El protocolo mental de la suspicacia barcelonista sigue un patrón tradicional
su dedicatoria, se abrazó con sus compañeros y nos ahorró interpretaciones depresivas e hipótesis tóxicas.
Salir del Vicente Calderón con el equilibrio de egos de la plantilla intacto, la disciplina interna del vestuario estable, un resultado espléndido y una notable exhibición de seriedad en el juego es un cóctel que muchas aficiones desearían para ellas. Pero para que la fiesta fuera completa, era necesario volver a referirse al máximo rival. Y, para mantener vivo el fuego de la rivalidad del que habla Gerard Piqué, encontramos una frase que definía la jornada: “un gol de Messi vale por cinco de Ronaldo”. Sí, ya sé que desde una literalidad objetiva, la frase no tiene ningún sentido. Pero eso no es importante. La prueba es que hoy muchos culés la repetimos como una verdad recreativa, uno de los daños colaterales inofensivos de la rivalidad.