PSUC en almíbar
Las referencias al PSUC están hoy de moda en la Catalunya política. Raül Romeva y Muriel Casals, candidatos de Junts pel Sí, tienen genes del viejo partido socialista unificado. Oriol Junqueras reivindica para ERC la herencia de “la gente del PSUC”. La coalición Catalunya Sí que es Pot se ve a sí misma como un holograma posmoderno del partido unificador. Pablo Iglesias declaraba hace unos meses a La Vanguardia que le hubiera gustado formar parte del PSUC. La CUP le acaba de echar en cara a Iglesias que el PSUC jamás habría apelado a las diferencias de origen de los catalanes. (Iglesias pidió ayer disculpas). Francesc de Carreras, inspirador intelectual de Ciutadans, también estuvo vinculado al partido de Jordi Solé Tura.
Peix amb suc, se decía, con sorna, durante la Guerra Civil. Me temo que en estos momentos en Barcelona se consume PSUC en almíbar. Circula un relato demasiado endulzado de un partido complejo y difícil que jamás fue independentista.
Fundado en Barcelona días después del estallido de la guerra con el objetivo de disputar el dominio de la situación a la CNTFAI, realizó dos unificaciones en una: comunistas y socialistas, socialistas catalanistas y socialistas españolistas. Obreros ugetistas, menestrales, rabassaires y profesionales. Adhesión a la Internacional Comunista y título de partido “nacional catalán” en los estatutos. Se hermanó con el PCE sin ser su sucursal, y eligió como primer secretario general a Joan Comorera i Soler, socialista, catalanista, hombre viajado, carácter de hierro y amigo de Lluís Companys, al que influyó mucho.
Un partido complejo. Una rótula siempre en tensión. Comorera se enfrentó a Juan Negrín cuando este acariciaba la idea de suspender el Estatut invocando razones de guerra. Consiguió que en Moscú se pusiesen barretina. En 1939, el PSUC era reconocido como “sección catalana” del Komintern, ante la perplejidad del PCE. Desde el primer minuto del exilio, fuerte tensión con Dolores Ibárruri y Santiago Carrillo. Comorera perdió el pulso. Fue expulsado en 1949 bajo la acusación de titista (seguidor del líder yugoslavo Tito, que se había insubordinado a los soviéticos) y “nacionalista pequeño burgués”, por haber propuesto la formación de un Front de la Pàtria con todos los partidos catalanes en el exilio.
Repudiado y difamado, regresó con su mujer a Barcelona, logrando despistar a la policia franquista durante tres años. Defendió una Catalunya nacional federada a España, pero nunca se proclamó separatista. Murió en la prisión de Burgos.
El final de esta áspera historia está dedicado a los jóvenes dirigentes de Podemos. Tras la defenestración de Comorera, el PSUC estuvo a punto de cambiar de nombre. Rafael Vidiella, provinente del PSOE catalán, propuso que se denominase Federación Catalana del PCE.
Alguien puso el freno. ¿A ver si adivinan quién fue?
Santiago Carrillo.
Hablar bien del viejo PSUC está de moda en Catalunya; partido ‘nacional catalán’, nunca fue secesionista