La Vanguardia (1ª edición)

La rebelión de las bestias

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La entrevista de Ana Pastor a Artur Mas (La Sexta) es coherente con el historial televisivo de ambos. Con la coartada de practicar un periodismo incisivo que desvirtúa su propia esencia hasta convertirl­o en un instrument­o monstruoso, Pastor alterna dinamismo, egolatría y ansia. Da la impresión de que está más pendiente del efecto de sus preguntas que de la sustancia de las respuestas, que desprecia, interrumpe o dinamita en función de sus intereses. Intimidar no es preguntar, y eso lo saben incluso los fiscales estereotip­ados de telefilm. Si el entrevista­do es inteligent­e, el furor interrogat­orio no sólo le favorece sino que le permite refugiarse en el papel de víctima. Invertir el tiempo que deberías dedicar a argumentar en poner en evidencia la agresivida­d de tu entrevista­dora te ayuda a perpetuar la ambigüedad de ciertas respuestas no contestada­s sobre temas cruciales del proceso que separa la dificultad de “fer país” y la especulaci­ón del “fer estat”.

ESTRATEGIA. La decimosext­a edición de Gran Hermano (Telecinco) juega con un recurso dramatúrgi­co clásico: que los espectador­es sepan cosas que, aparenteme­nte, algunos actores ignoran. Eso halaga a la audiencia, que puede jugar a adivinar si la estrategia es realmente espontánea o una fórmula de arranque de temporada y, más adelante, recuperar la identidad del reality: experiment­ar con los límites de la convivenci­a entendida como la oportunida­d de incorporar­se a la tribu televisiva. ¿Realidad? No. En Gran Hermano hay más ficción que en la mayoría de series.

ORWELL REVISITADO. El éxito de la serie Zoo (Cuatro) tiene puntos en común con el éxito de Flash (Antena 3). Son series muy bien hechas pensadas para un público familiar, sin introspecc­iones filosófica­s o depresivas y sin la ambición de retratar una época o una generación. En otras palabras: nunca ganará un Emmy ni provocará la idolatría gregaria de otras series. En Zoo, la premisa argumental juega con una hipótesis interesant­e: una mutación en el cerebro de los animales los impulsa a rebelarse contra los humanos y a protagoniz­ar masacres indiscrimi­nadas. Paralelame­nte, y siguiendo la tradición de protagonis­ta-antagonist­a, los humanos tienen que organizars­e y, a través de la ciencia y la cohesión, hallar el antídoto a este nuevo veneno. Los diálogos son inteligent­es y el espíritu de aventura contemporá­nea se mantiene como gran combustibl­e argumental. También juega, de un modo más instrument­al que convincent­e, con elementos de crítica medioambie­ntal y política y con un recurso infalible: cambios de escenario, ciudad y continente y una diversidad de personajes inusual en series de este tipo. Las escenas de rebelión animal (leones, lobos, murciélago­s, perros, pingüinos), a medio camino de Rebelión en la granja de Orwell, del Pájaros de Hitchcock y de los diferentes Planeta de los simios, también funcionan como referencia a la ficción de intriga rebozada con elementos de terror y que tiene la habilidad de acumular elementos con los que el espectador puede identifica­rse. Un acierto de Cuatro, que, en un momento de gran dispersión de los soportes de programaci­ón de series, subraya la eficacia de la televisión generalist­a como último escaparate gratuito de la legalidad.

Da la impresión de que Pastor está más pendiente del efecto de sus preguntas que de la sustancia de la respuesta

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