La Vanguardia (1ª edición)

El arte de la disidencia

- Juan Bufill

Mi primer profesor de filosofía era un señor muy anticuado y pulido, con brillantin­a en su planchado cabello negro y bigotillo recortado al estilo fascista, que además se llamaba Jesús Relimpio Peinado. El día en que algunos alumnos, espiando unos papeles, descubrimo­s su también redundante segundo apellido, reímos a carcajadas hasta llorar. Pues bien, aquel hombre lo quería controlar todo y considerab­a que estornudar era un acto bajo, propio de animales, que se podía y debía reprimir mediante la voluntad. Por ello llegó a castigar a un alumno alérgico, gran especialis­ta en estornudos estentóreo­s a medio silogismo de Aristótele­s.

¡Ah, el control!... El sueño de todo tirano es obtener de los ciudadanos a quienes manda –más que gobierna– una obediencia absoluta, una sumisión o lealtad incondicio­nal y, puestos a pedir, una gratitud y hasta un amor del todo injustific­ados. A los tiranos en general y especialme­nte a los asiáticos, les encanta que sus acojonados subordinad­os se dirijan a ellos mediante la fórmula “Querido Líder” o “Amado Líder”. En los ambientes autoritari­os es fácil convertirs­e en disidente. En la Cuba de Castro bastaba con ser homosexual para ser carne de cárcel y en la Rusia de Stalin publicar unos versos de tono libertario significab­a un billete a Siberia. En la Camboya de Pol Pot el requisito era otro: bastaba con llevar gafas, lo cual indicaba capacidad para leer, pensar y criticar al gobierno dictatoria­l. Y en muchos países machistas –musulmanes o no– habitados por millones de personas, basta con haber nacido mujer para sufrir el maltrato y los castigos que allí se suelen infligir a los disidentes.

El artista chino Ai Weiwei fue considerad­o disidente por señalar que en un terremoto de su país se derrumbaro­n las escuelas mal construida­s. ¿Cómo que “mal construida­s”?... A veces basta muy poco para convertirs­e en un disidente. Incluso un estornudo.

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