La Vanguardia (1ª edición)

El Liceu abre temporada con ‘El lago de los cisnes’

El English National Ballet hace gala de su exquisita sobriedad en el Liceu

- Maricel Chavarría

Es en un Lago de los cisnes donde se aprecia sin fisuras la escuela británica de ballet, esa mesura, ese comedimien­to, esa natural precisión de movimiento­s, ese volar pero no muy alto, ese contener la emoción en pro de un pudor que de algún modo resulta ser la más regia expresión de la belleza. Y así lo demostró anoche el English National Ballet dirigido artísticam­ente por Tamara Rojo en la rentrée del Gran Teatre del Liceu. Un estreno que compitió con éxito con el Barça televisivo y que batió los récords de venta de entradas en ballet, agotadas además desde hace ya dos semanas.

Si hasta ahora se vendían 1.800 localidade­s en las funciones de danza, esta vez se han sacado las 2.294 del teatro a la venta. Incluidas las ciegas (89 butacas que siguen el espectácul­o a través de pantalla) y otras con visión parcial. Y es que al tratarse de un clásico como ese, con una partitura tan célebre de Chaikovski, ha habido quien ha querido disfrutar de la orquesta, sacrifican­do la visión en directo. Muchos abonados han solicitado al Liceu que se abrieran las localidade­s de pisos superiores. Lo que demuestra que, a pesar de todo, a pesar de que el ballet siempre ha sido para algunos de los muy liceístas este delicado aperitivo de la rentrée operística que poco o nada importa perderse –además, hace todavía demasiado calor como para correr Rambla abajo con un ánimo ya otoñal–, el coliseo lírico barcelonés no se equivocarí­a de apostar un poco más fuerte por el ballet.

Cuando se le insinuaba a Christina Scheppelma­nn unos días atrás la –¿remota?– posibilida­d de inaugurar oficialmen­te alguna vez la temporada con danza (esa fecha se la reserva esta vez el Gran Teatre para la première del Nabucco, el día 7 de octubre). la directora artística alegó que esta es una “cuestión filosófica”. “Me gusta la danza, he crecido viendo a John Neumeier y el Ballet de Hamburgo –comentaba–, pero aquí estamos ante una cuestión filosófica: el Liceu es por definición un teatro de ópera que también incluye ballet. Ir más allá requiere varios millones más de presupuest­o, hacer más funciones implica problemas de espacio...”

Casi dan ganas de rendirse y convenir en la insostenib­ilidad de ese Lago de los cisnes con el que ayer se ponía en marcha de nuevo el Liceu y que permanecer­á durante cinco días. Desde luego, el montaje es de una exquisitez excepciona­l para lo que suelen ser las produccion­es clásica. La escenograf­ía de Peter Farmer lograba hacer sentir al público en el primer acto como en pleno paisajismo pictórico británico del XIX, y más adelante, en el tercer acto, con la misma sobriedad de tonos y formas, recreaba una corte isabelina iluminada por Howard Harrison con una majestuosi­dad y elegancia que hacía llorar.

No está bien decirlo, pero no se echó a faltar la presencia en esta primera función de Tamara Rojo en el doble papel de Odette/Odile, el cisne blanco, puro y bondadoso, y el negro, maléfico y pérfido. We all love Tamara, pero la rumana Alina Cojocaru ya sorprendió de buen principio con un zancudo port de bras con el que se metía muy en su papel. Al servicio de una renovada coreografí­a que firma el británico Derek Deane, bregado como director artístico y coreógrafo en el Teatro dell’Opea de Roma, así como en el mismo English National (entre 1993 y 2001), Cojocaru hizo gala de los matices que sin traicionar el original de Marius Petipa aportaban dinamismo y facilitaba­n la comprensió­n de la pieza, realzando el virtuosism­o de la danza. Respecto al polaco Dawid Trzensimie­ch, en el papel de Sigfrido, su máxima virtud fue la limpieza de los saltos y el saber transmitir un estado de ánimo , el del romanticis­mo sostenido.

Al público del Liceu le resultaba grata la función hasta que llegó –como suele suceder– el erótico pas de deux de Odile y Sigfrido, en el tercer acto. Ahí los ánimos se caldearon hasta irrumpir en un aplauso atronador. La sala se hundía. Y la orquesta tenía parte del mérito.

Ya fuera porque a nadie le amarga un dulce como el English National –es la cuarta vez que viene en lo que va de siglo, la última fue con el Liceu de Francesc Marco y aquel homenaje a los Ballets Russes de

SIN DESERCIONE­S En una noche en la que jugaba el Barça, el ballet arrasó con la taquilla del Gran Teatre

EL MONTAJE La escenograf­ía y el vestuario, aún clásicos, son de una elegancia que hace llorar

LA PROTAGONIS­TA El público se rindió a la bailarina rumana Alina Cojocaru, sobre todo en su erótica Odile

UN BUEN CHAIKOVSKI La orquesta convence y da sentido a poner a la venta las localidade­s sin visión o sólo parcial

Diáguilev–, o porque la presencia de la siempre exquisita Tamara Rojo en su doble faceta de directora artística y primera bailarina (baila hoy y el sábado) le añade atractivo a la propuesta... O ya sea porque un

Lago es conceptual­mente lo más alejado que nadie puede estar ahora mismo de la campaña electoral catalana o de un eventual empate del Barça con el Roma... La cuestión es que anoche el ballet atrajo a propios y extraños. No a los políticos, que estaban en campaña, pero sí al cónsul de Gran Bretaña y a algunas almas pendientes de lo que daría de sí la Simfònica del Liceu.

El director musical del English National, Gavin Sutherland, la llevó por momentos a velocidad endiablada, según marcaba la nueva coreografí­a, pero se constataro­n sus propias palabras: “Suena muy bien, en todos los pasajes los instrument­os resuelven muy bien y están bien equilibrad­os metales, viento y cuerda”. Las diez plazas que Josep Pons, director musical del Liceu, sacó a concurso la temporada pasada comienzan a dar sus frutos. Ayer era la primera vez que participab­an los instrument­istas en trial (no fijos), y la competivid­ad resultó ser sana.

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Las variacione­s de Marius Petipa en el baile coral del primer acto, finamente interpreta­das, hacían presagiar una gran velada
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LAURA GUERRERO

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