Alambradas y vallas en Europa
El invierno va a mostrar con más crudeza los pasillos y vías de refugiados detenidos por alambradas, verjas, paredes y policías. Cientos de miles de refugiados e inmigrantes caminan hacia Europa atravesando la Anatolia turca, el Mediterráneo, las islas griegas, Macedonia, Serbia, para llegar a la frontera de Hungría, que desde hace varios días se ha convertido en un tapón político y humano para que no circulen más refugiados por su tierras.
El Gobierno de Viktor Orbán no podría ingresar hoy en la Unión Europea si no cambiara su política xenófoba y no aceptara la legislación comunitaria. Las decisiones en Europa son lentas porque no se saltan las garantías y los pactos establecidos en los tratados y en la política del día a día. Pero los miles de niños y jóvenes, familias enteras que huyen de la persecución y la muerte van transformando sus miradas de esperanza en rostros de preocupación y angustia.
Llega el frío, las lluvias, los vientos y la nieve en Europa central. Los ministros se reúnen en Bruselas. El egoísmo de los estados forma diversos frentes.
No es del todo cierto que la sociedad de hoy sea más egoísta y más insensible al dolor ajeno
Hungría está levantando una valla con la frontera de Serbia y ayer anunció que construirá otra con los límites de Rumanía.
La valentía de Angela Merkel ante un crisis humanitaria de estas dimensiones ha arrastrado a varios gobiernos europeos a cambiar de políticas sobre refugiados. Francia ha estado siempre a su lado y Mariano Rajoy se ha sumado a lo que haga falta. La Inglaterra de Cameron va por su cuenta y varios países del Este que tan bien conocen las restricciones fronterizas en los años de la guerra fría responden sin generosidad alguna a las decisiones de acogida de la Unión Europea. Italia y Grecia han respondido.
A la lógica lentitud de los gobiernos para prever todas las eventualidades de una llegada masiva de refugiados ha surgido un amplio movimiento social de generosidad y compasión que ha descolocado a muchos políticos. No es cierto que la sociedad de hoy sea en su conjunto más egoísta e insensible al dolor ajeno. Todos venimos de antiguas o recientes migraciones.
Los republicanos que pasaron a Francia y luego a América Latina, los 15 millones de desplazados, principalmente alemanes y polacos tras la Segunda Guerra Mundial, griegos, judíos armenios, vietnamitas, chinos, ucranianos, tártaros, emigrantes económicos o perseguidos por sus ideas, todos ellos están en esta convulsa patria de la memoria que es Europa.
Las iniciativas de la UE son las que tienen mayor garantía jurídica y social. Pero, mientras tanto, muchos miles de europeos se implicarán, cada uno como pueda y sepa, para proteger a tantas personas que huyen de la guerra y la persecución y pueden tropezar con la indiferencia o la hostilidad. Es una oportunidad para los que llegan y para los que estamos aquí. Esto es también alta política de calidad.