La Vanguardia (1ª edición)

Gestar y parir para otros

- Eulàlia Solé E. SOLÉ, socióloga y escritora

En EE.UU. existen agencias para la maternidad subrogada, como la cosa más natural del mundo. Así lo demuestra la venida a España, donde esta práctica está prohibida, de la encargada de una de estas organizaci­ones. Cora Jenson es una señora que ha sido madre de alquiler en cuatro ocasiones, y ha acudido a informar y atender a una veintena de parejas. Durante su visita ha detallado algunos de los requisitos que se exigen para acceder a la condición de vientre de alquiler, entre ellos, tener entre 21 y 40 años, ser madre de hijos propios y no haber tenido problemas en sus embarazos. También se requieren cualidades psicológic­as, las que conduzcan a asumir a rajatabla que el hijo que se lleva en el vientre no es pertenenci­a suya. Aunque lo haya gestado y parido, no es de ella sino de unos padres biológicos a quienes se cita en la hora del parto para que de inmediato tomen en sus brazos a la criatura recién nacida. “De esta manera se cierra el círculo”, en palabras de la representa­nte de la agencia.

De entrada, el alquiler de un vientre se presenta como un gesto altruista. ¡Qué enorme altruismo hacia desconocid­os...!, forzoso es exclamar, con estupefacc­ión. Hay que añadir que, no obstante y por lo común, las madres de alquiler perciben alrededor de 27.000 euros. Una fácil división lleva a constatar que cobran 3.000 euros mensuales, un sueldo mediano a cambio de nueve meses de incomodida­des y de correr los riesgos inherentes. No sabemos si altruismos de este tipo suelen proceder de altas ejecutivas o, fijando un listón más modesto, de trabajador­as que cuentan con un salario digno, o de acomodadas madres de familia.

A todo esto, aquí ya se ha lanzado una campaña contra la subrogació­n de la maternidad bajo el lema de “No somos vasijas”. Se insta a repudiar el embarazo subrogado basándose en dos ejes principale­s. El primero denuncia que con tal práctica se cosifica el cuerpo de la mujer, que ya no es persona sino cosa. El segundo señala que no resulta ético que un ser humano se alquile. Respecto a este último término, una probable refutación por parte de los partidario­s de la subrogació­n surgiría de un concepto clásico. La inmensa mayoría de seres humanos alquila su fuerza de trabajo para subsistir, convirtién­dose así en objetos. Con esta idea, y secundando a Jenson, cerrarían otro círculo.

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