Una sonrisa de oreja a oreja
Alejandro Sanz presenta su nuevo álbum, ‘Sirope’, en un Palau Sant Jordi entregado
Antes de nada y dado que esta noche se volverá a repetir la ceremonia, convendría que los aficionados que tengan previsto asistir a ella lo hagan con antelación, buenas dosis de paciencia y generosidad. Son algunos de los remedios para entender la falta de coordinación por el cierre a todo el tráfico rodado de la avenida Maria Cristina, lo que afectó a la asistencia puntual de parte del aficionado al concierto de ayer y que obviamente también lo hará hoy. La construcción de un escenario para los próximos conciertos de la Mercè en la susodicha avenida era la razón de esta muestra de inesperada descoordinación.
Y es que cualquier concierto de Alejandro Sanz, puesto que es de él de quien se trata, es toda una fiesta y una pequeña ceremonia de conexión íntima con su numerosísima afición. Y ayer no fue diferente. Mayoritariamente femenina, que no ha dudado en obligar a una segunda fecha mañana en el mismo recinto olímpico con gran parte del billetaje vendido, unas 14.000 entradas. Llegaba Sanz a la capital catalana después de pasar hace ya unas cuantas semanas por Cambrils y el festival de Cap Roig –con doble ración–, dejando ganas de más. Y llegaba a Barcelona, además, en plan grande, porque el Palau Sant Jordi daba la oportunidad, magnífica, para presentar el contenido de Sirope, su reciente nuevo álbum y, sobre todo, la espectacular manera de hacerlo, con un montaje técnico y logístico de sobresalientes proporciones.
Se entregó durante dos horas con las coordenadas que ya se le conocen de esta gira, es decir, un espectáculo de proporciones técnicas y logísticas formidables, y
Durante dos horas repasó temas de su nuevo disco y clásicos variados con los decibelios desbocados
un menú musical que oscila entre la contundencia, a ratos ensordecedora, de su grupo y de los arreglos en general, y su conocida dosis de baladas rompecorazones. Él está en magnífica forma, y como ya es habitual en sus últimas visitas, se ha hecho rodear de un grupo instrumental versátil, con mucha pegada y, en esta ocasión, con la remarcable presencia de una sección de cuerda.
En el tema que abrió la noche, una más que proteínica versión de El silencio de los cuervos ,yase sintetizó la hoja de ruta sonora de la velada, de la gira de hecho. Le siguió otro corte de su flamante Sirope ,un A mí no me importa, que le permitió deslumbrar con su descarga ultrasónica a un público que aún no había entrado en calor del todo. Al acabar este corte, Alejandro se hizo con la acústica para rematar este arranque con su material novedoso, entregado sin dejar espacio para el resuello. Dejó la guitarra y dijo cosas obvias y algo ocurrentes: “Es muy emocionante estar de nuevo aquí... Lo vamos a dar todo esta noche para pasarlo bien... Cualquier persona que esta noche haya venido peinada ha perdido el tiempo... Mi única aspiración es que hoy salgan de aquí con una sonrisa de oreja a oreja, y el camino más directo es la emoción”.
La apuesta con esta gira parece clara: después del éxito de su anterior tour, La música no se toca, con que abdujo a 750.000 espectadores, el paso que dar ahora consiste en remachar la faena con un sonido y una contundencia internacionales, poco dado al matiz excepto en sus ya mencionados temas almíbar. Esta avalancha sonora corrió pareja con el alabado despliegue técnico, especialmente lumínico además del sonoro (pobres tímpanos): un diseño visual para cuyo artífice, Luis Pastor, parece por momentos haberse inspirado en lo último de Daft Punk, dada su estilizada y eficaz espectacularidad.
Con una banda de indudable categoría en la que hay donde destacar, queda evidente que lo sonoro manda por encima de posible filigranas. Prueba de ello, por ejemplo, los aparatosos solos guitarreros o la selección de un trío de coristas que se desdoblan como instrumentistas y que ejercen mucho mejor como tales (la trompetista Crystal Torres, diáfano ejemplo repleto de groove).
Relegó algunos de sus clásicos en un meddley a mitad de función (Amiga mía, Mi soledad y yo, Y ¿si fuera ella?), y el asunto alcanzó su cima cuando atacó sus gloriosas Corazón partío y No es lo mismo. Incluyó inesperadamente en el repertorio un corte de Manuel Molina, él y la guitarra española a solas, La plazuela y el tardón. Seguramente el momento menos decibélico de una noche triunfal... y ensordecedora.