La Vanguardia (1ª edición)

Frenesí de triples del Barça

El conjunto barcelonis­ta jugará su séptima final consecutiv­a de la competició­n

- MIGUEL LOIS Málaga. Servicio especial

El baloncesto moderno ha evoluciona­do. Que los dominadore­s en los 60, 70 y 80 jugaban en la pintura era un hecho. Que ahora son los exteriores, ágiles y con buena mano, los que manejan el tempo de un partido, también. Es lo que se conoce como small-ball. En eso basó ayer el Barcelona su juego para superar a un Gran Canaria que sólo aguantó 20 minutos. Los que necesitó la maquinaria blaugrana para engrasarse y aniquilar a los amarillos desde la línea de tres (14 triples). Eriksson, Doellman, Abrines y Satoransky fueron los mejores de los catalanes, que buscarán su sexta Supercopa (no la ganan desde 2011).

El habitual intercambi­o de ca- nastas de los primeros compases del partido fue degenerand­o poco a poco en un despropósi­to de selección de tiros que benefició al Barcelona Lassa, liderado por un Justin Doellman inspirado desde el triple (4-10, minuto 4). Pero el conjunto canario mantenía el tipo con la pócima de la juventud que sigue tomando Sitapha Savané, que anotó seis puntos en el primer cuarto. Shane Lawal, que fue titular en detrimento de Ante Tomic, quedó en evidencia ante la experienci­a del senegalés.

Los pupilos de Xavi Pascual volvían a pecar del mismo error que les privó el año pasado de conquistar algún título, el abuso del tiro exterior (aunque esta vez suficiente para ganar) y los despistes defensivos. El técnico catalán gesticulab­a tras cada canasta fácil permitida. Y no era para menos. Los intentos de Pau Ribas y Tomas Satoransky por abrir brecha no tapaban unas carencias defensivas evidentes: desajustes en los bloqueos, falta de comunicaci­ón (lógico teniendo en cuenta que hay muchas caras nuevas) y poca contundenc­ia en el rebote. El finlandés Sasu Salin y el canadiense Kevin Pangos igualaron la contienda (2628, minuto 15), obligando a Pascual a parar el partido.

Y la solución se llamaba Carlos Arroyo. El puertorriq­ueño, que hizo una mala primera rotación, entró inspirado en la segunda y revitalizó el juego ofensivo blaugrana para poner la máxima di- ferencia en el marcador justo al descanso (32-41). Los triples decantaban la balanza: 2 de 10 el Gran Canaria, 7 de 17 el Barça.

Aíto se marchó al entreacto con la pizarra en la mano. Y cuando volvió de los vestuarios aún la conservaba. Quizás tenía la fórmula para frenar la sangría de triples. Pero no. Los blaugrana salieron en el tercer cuarto con la sexta marcha puesta y con el revólver cargado. Desde el triple, y con una defensa mucho más agresiva, rompieron el partido. Satoransky, Doellman, Oleson, Ribas y Eriksson, cinco triples prácticame­nte consecutiv­os para dejar el partido visto para sentencia (37-55, 24min).

El Gran Canaria no tuvo capacidad de reacción. Cada canasta era un puñetazo en las entrañas de un equipo anímicamen­te frágil. Nadie asumió las riendas. El banquillo no animaba. Aíto, con los brazos en jarras, observaba atónito el esperpento defensivo de su equipo, muy permisivo.

El último cuarto sólo sirvió para ver debutar a Moussa Diagne (sin nada a destacar) y confirmar que Marcus Eriksson está totalmente recuperado de aquella maldita lesión en la rodilla izquierda. Quizás la mejor noticia del partido aparte del triunfo.

DESDE EL PERÍMETRO El juego por fuera resultó vital para desequilib­rar un partido en el que el Barcelona fue el dominador

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JORGE ZAPATA / EFE El base del Barcelona Satoransky intenta superar al jugador del Gran Canaria Pangos
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