El beso asambleario
Me consta que en determinados ambientes catalanes el eclipse de luna, la superluna o la también llamada “luna de sangre”, que pudo verse en la madrugada del pasado lunes, fue interpretada como un signo. Pero a mí, más que la llamada “luna de sangre”, me interesó ese beso asambleario y nada apasionado, ese “piquito” que se dieron los miembros de la CUP, David Fernàndez y Antonio Baños para asegurarse una foto. Porque estos cuarentones de ahora mismo, comunistas o lo que sean, me refiero sobre todo a los políticos profesionales o con intención de serlo, no perdonan ni una foto propagandística. Y hacen bien.
Con Fernàndez sólo he hablado una vez y de pie. Con Baños, capaz de reconocer a Josep Cuní que como político profesional vivirá mejor económicamente que como periodista, no he hablado nunca. Fernàndez, que dice ser comunista, es simpático y, además, parece honesto. Tanto que, de vivir en los tiempos de Stalin, hubiese sido una de sus primeras víctimas. A Baños, pese a sus palabras y coreografías, yo lo veo más jesuita que revolucionario, que no es lo mismo. Así como a Fernàndez le sienta bien la calle, a Baños, que cae muy simpático a una parte de la alta burguesía barcelonesa, le sienta mejor la Gregoriana, que es universidad de jesuitas. Nada extraño, porque si uno observa las caras de las gentes de la CUP cuando asisten a un mitin parece que estén en misa. O mejor, parecen haber entrado en éxtasis. Tanto Fernàndez como Baños presentan una novedad: ninguno de los dos tiene hechuras propiamente rurales. Lo digo porque la asamblearia CUP parece nutrirse mucho del tradicional odio que lo rural siente por lo urbano. Odio que cultivó amorosamente Jordi Pujol.
Estos cuarentones, educados por Barrio Sésamo o cosas televisivas similares, y aunque en su infancia no fueran boy scouts, suelen caracterizarse por intentar vencer en público su timidez sin que les importe hacer el ridículo. Tampoco parece preocuparles que les descubramos las trampas. Lo de Barrio Sésamo es reflexión aguda que debo precisamente a uno de esos cuarentones de ahora mismo. Además de Barrio Sésamo, yo veo en ellos la influencia de Woody Allen, tenaz, pero con talento. Matizo porque, aunque la tenacidad casi siempre acaba ganando, lo importante es el talento.
Volviendo al beso asambleario, al “piquito” de David Fernàndez y Antonio Baños, muy común por cierto en el mundo del teatro, quizá haya que entenderlo más como propaganda suave que como emoción momentánea. A mí, ese beso me recuerda a aquel otro, feroz y comunista, que se dieron Erich Honecker, entonces presidente de la República Democrática Alemana (RDA) y Leonid Brézhnev, entonces presidente de la Unión Soviética, mientras celebraban el 30.º aniversario de la RDA. Años más tarde, el mismo beso se lo dieron Erich Honecker y Mijail Gorbachov, entonces presidente de la Unión Soviética. Un año después de aquel beso, el muro de Berlín se fue a hacer puñetas.
Resulta estimulante comprobar cómo se quieren en público algunos de nuestros políticos cuarentones. En esto se parecen mucho a los actores y actrices. Ocurre que, inevitablemente, la audacia, la revolución, todo eso tan sonoro y gesticulado, nuestros políticos cuarentones lo van perdiendo a medida que se alejan de la calle y se asoman al balcón oficial. Estoy pensando, claro, en la alcaldesa Ada Colau y en su primer teniente de alcalde, Gerardo Pisarello, que entraron en pánico por unas banderas en el balcón del ayuntamiento de Barcelona. Que el político populista español no domine el balcón es comprensible, pero que no lo domine un argentino es un fracaso.
Reconozco que si hablo aquí de Ada Colau no es por el pánico que le provoca una bandera, la española, sino porque los apagones en el alumbrado público que sufren algunos vecinos de una parte de la calle Girona y alrededores no cesan. Y así pasan los días, los meses y ya el año. Se fue Xavier Trias, llegó la Colau y el también encogido Pisarello, pero los apagones siguen. Se besan David Fernàndez y Antonio Baños, pero los apagones siguen. Y, según me informan en la compañía eléctrica, la responsabilidad no es de ellos sino del Ayuntamiento de Barcelona. De su ayuntamiento, alcaldesa Colau.
Antes, pues, de salvar definitivamente al mundo, antes de solucionar el problema de la migración, antes de acabar con la pobreza mundial, dedique usted, aunque sólo sean unos minutos, a solucionar de una puñetera vez el problema de los apagones que sufren ciertos vecinos de la calle Girona y alrededores.
antonio baños “Pese a sus palabras y coreografías, lo veo más jesuita que revolucionario, le sienta mejor la Gregoriana”