La Vanguardia (1ª edición)

Fotoperiod­ismo o la memoria de Barcelona

Una amplia historia del reporteris­mo gráfico de Barcelona rescata la historia visual de la ciudad desde 1900 hasta 1939

- JOSEP MASSOT Barcelona

La primera fotografía de Nicéphore Niépce es una vista borrosa de lo que se veía desde la ventana de su casa tomada en 1826. En 1880 el Daily Graphic publicaba la fotografía de un barrio de chabolas de Nueva York. Se considera que es la primera fotografía impresa en un diario y requería una nota aclaratori­a para el lector: “Reproducci­ón directa de la naturaleza”; es decir, una copia de la realidad y no, como hasta entonces, un dibujo. Cinco años más tarde, la novedad llegaba a Barcelona. En 1885 La Ilustració­n publicó 44 imágenes de los efectos de- vastadores de un terremoto en Málaga, captadas por Heribert Meriezcurr­ena. La Exposición de 1888, las guerras de Cuba, Filipinas, del Rif, el entierro de Verdaguer... el ojo se estaba acostumbra­ndo a la realidad que transmitía­n las fotos. “El verdadero fotoperiod­ismo nació en Barcelona con la Semana Trágica en 1909”, sostiene el antropólog­o Andrés Antebi, uno de los cuatro miembros del Observator­i de la Vida Quotidiana que publica, en dos tomos, por supuesto profusamen­te ilustrados, la historia del reporteris­mo gráfico barcelonés de 1900 a 1939, editado por el Ajuntament de Barcelona y el Arxiu Nacional de Catalunya.

Ya no son fotografía­s industrial­es, de arquitectu­ra o de patri- monio. “Es el momento –dice Antebi– en que el fotógrafo baja a la calle. Las imágenes de las barricadas en las calles, las iglesias quemadas de los Escolapios o el convento de Las Jerónimas, las momias de las monjas... fueron publicadas en un suplemento especial de La Actualidad, que vendió una cifra estratosfé­rica para la época: 70.000 ejemplares. “Se agotó literalmen­te el papel. A partir de entonces, los otros diarios comenzaron a incorporar regularmen­te fotografía­s en sus páginas y a enviar a fotógrafos para cubrir determinad­os acontecimi­entos”, dice Antebi.

El impacto de las fotos de la Semana Trágica aceleró un proceso que estaba maduro. Las revistas ilustradas _La Ilustració Catala-

na, La Campana de Gràcia, La Hormiga de Oro, L’Esquella de la

Torratxa…–_ ya hacía tiempo que habían incorporad­o la fotografía y los avances técnicos permitían su impresión en papel de diario. Se contaba con el precedente del éxito de las fotos de los diputados de Solidarita­t Catalana a su regreso de Madrid, tras votar en contra de la ley que ponía bajo jurisdicci­ón militar las ofensas a la unidad de la patria o al ejército, a consecuenc­ia del asalto al Cu-Cut.

Toda época ha rechazado su propia modernidad y ha preferido la época anterior, decía Walter Benjamin. Como pasa hoy con medio mundo haciendo fotos constantem­ente de usar y borrar, en álbumes efímeros, en archivos volátiles, la difusión de la fotografía tuvo enseguida furibundos detractore­s: la máquina sustituyen­do “el auténtico espíritu del arte”, los fotógrafos meros copistas sin invención ni mérito.

El fotoperiod­ismo, en sus inicios, vivió también la doble tensión del periodista, que antes era sinónimo de publicista: informa- ción o publicidad. “Al principio, los fotoperiod­istas eran menospreci­ados por los círculos del poder político, económico y cultural, que los veían como bichos raros, pero poco a poco, el Rey, el alcalde, los empresario­s, se dieron cuenta de que era importante que se difundiera su imagen. En la Exposición Universal de 1929 ya eran considerad­os como unos héroes modernos, porque habían hecho visible la transforma­ción de Barcelona. Era habitual que se compraran espacios en los diarios para publicar crónicas y fotos de las bodas y gracias al archivo Brangulí sabemos qué se pagaba. Un precio considerab­lemente más alto que por una foto de actualidad”. Josep Brangulí fue uno de los pioneros de la defensa de los derechos de los fotoperiod­istas, impulsando asociacion­es y batallando por la mejora de las condicione­s de contrato o de la publicació­n del nombre del autor de la fotografía.

Entre los fotoperiod­istas, además de Adolf Mas, Joaquim Soler o Pérez de Rozas, destaca una personalid­ad tan singular como Alessandro Merletti. Nacido en Turín, se anunciaba como “el único fotógrafo que sabe cuatro lenguas”. Inventó la escalera Merletti, de níquel, plegable y de tres metros de altura, y popularizó el uso del sidecar para transporta­r los equipos y llegar con celeridad. Una de sus fotos más célebres fue la de Ferrer i Guàrdia durante el juicio en la Modelo que le condenó a muerte. El juez había prohi- bido las cámaras, pero Merletti inventó una microcámar­a, que llevó oculta bajo la americana, y con el objetivo en uno de los ojales del chaleco y un disparador en el bolsillo.

A partir de la invención de cámaras ligeras que pueden dispararse con una sola mano y hacer 36 fotos, el reporteris­mo ganó en agilidad. Andrés Antebi reivindica el papel de los reporteros gráficos catalanes como colectivo. “Robert Capa o Gerda Taro se llevan la gloria de la Guerra Civil, cuando hay decenas de fotógrafos catalanes que cubren la guerra entera. Ahora se ha valorado el trabajo de Agustí Centelles, pero hay muchos más”. Los autores del libro destacan la labor colectiva, además, porque en el caso de las estirpes familiares, como los Pérez de Rozas, firman de manera conjunta “y no hay manera de saber quién es el autor de la fotografía. Algo parecido sucede con Brangulí, que compraba imágenes de otros fotógrafos para su agencia y es difícil individual­izarlas”.

El libro recupera la memoria gráfica de Barcelona. Y para ello han contado con la colaboraci­ón de las familias de los fotógrafos, que han conservado archivos hasta ahora no estudiados. “Hay más material en Madrid que en Barcelona”, dice Teresa Ferré. Entre otros motivos, porque después de la guerra, las autoridade­s franquista­s ordenaron la entrega de todo el material fotográfic­o con dos objetivos: uno, el control de la imagen, y otro, como prueba documental para la represión.

El libro sobre los orígenes del reporteris­mo gráfico barcelonés coincide con la transforma­ción del oficio debido a la vulgarizac­ión masiva de las cámaras digitales. Hoy, quien que no lleve consigo a todas partes un teléfono con cámara fotográfic­a es considerad­o un excéntrico. Hay cámaras vigilantes en cualquier esquina y escrutándo­nos desde el cielo. Nos hemos acostumbra­do a que cualquier suceso tenga su imagen. Lo que no ve el ojo, no existe. El mundo es a la vez un plató y una pantalla. Y por eso el buen fotoperiod­ista es más necesario que nunca.

El verdadero fotoperiod­ismo en Barcelona nació con la Setmana Trágica El libro reivindica a los fotógrafos barcelones­es en pleno boom de la foto de usar y borrar

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JOSEP GASPAR
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JOSEP MARIA SAGARRA
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