La elegancia como estado del alma

MANUEL Vicent explicaba que en una ocasión estuvo en el carnaval de Múnich, donde aseguraba que era el único lugar en el que se pueden encontrar japonesas con cara de porcelana borrachas como una cuba. E incluso banqueros y empresarios vestidos sin pudor con los disfraces más estrafalarios. Camino del carnaval, le preguntó a un tipo con pata de palo y un parche negro de pirata dónde se celebraban los festejos. El tipo le contestó que lo desconocía y, tras soltar una imprecación, en voz alta se golpeó la pata de madera y gritó; “¡Stalingrad!”, antes de levantarse el parche y mostrarle el ojo seco bajo la nieve.

El hábito no hace al monje y últimamente ni a la monja, pues algunas van vestidas para la revuelta más que para los oficios. Igual le sucede a la política: ayer publicamos las fotos de los diputados de CDC de hace tres años junto a otra de los parlamentarios actuales de Junts pel Sí. Bastantes son los mismos y no han cambiado mucho, físicamente, pero su indumentaria es distinta. Sólo tres de ellos lucen corbata, cuando antes la práctica totalidad de los varones la llevaba. Ahora aparecen, en cambio, sudaderas, gorros o zamarras.

No tengo claro si iban antes o ahora más disfrazados. Si hiciéramos caso de Coco Chanel, que afirmaba que la elegancia es el estado del alma, llegaríamos a la conclusión de que el élan vital de los catalanes está confuso. Katie Harbath, gerente de política pública de Facebook, sostiene que un político tiene que parecer una persona común. Pues mire, no. No se trata de parecerlo, sino de serlo. Antonio Baños, de la CUP, ha sorprendido a todos en esta campaña acudiendo a los debates con chaleco y corbata. Se puede ser anticapitalista y llevar esta prenda que inventaron los mercenarios croatas y no los ejecutivos de Wall Street.

La política hay que cambiarla en el fondo, pero preferimos modificarla en las formas. ¿Acaso Ulises llegó a Ítaca en camiseta?